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jueves, 19 de marzo de 2015

Lugar para los árboles

carlos_augusto_leonPor siempre tendremos que ser defensores de los árboles. Ellos merecen ese amparo, pues nos llenan de bienes a cada momento. Y proteger al árbol tiene que convertirse en un evangelio practicado todos los días, pues cada vez el hombre invade más sus predios y no quiere dejar ningún espacio libre para que pueda hacer despuntar sus ramas y verdores. "En los campos que inunda el hombre más que río. En los bosques que incendia el hombre más que el fuego. Dejad, amigos, lugar para los árboles".


       Carlos Augusto León, poeta venezolano, con alma de soldado, defiende la naturaleza de la indetenible agresión humana y canta en defensa de los árboles.

       La llamada civilización actual, que es un solo horizonte de destrucción por el que el hombre camina apresurado hacia su propio final, arrasa con los bienes de la naturaleza, sin medida ni consideración. Y al árbol lo trata con la mayor furia como un artesano loco que quisiera construir por medio de la destrucción. Es porque realmente el tiempo se nos viene convirtiendo en la paradoja más extraña de todas, dada por el ansia de la construcción material, innecesariamente la mayoría de las veces, hacedora de un macrocosmos espacial en el que el hombre se pierde y se ahoga en su propia gula. Pero, como contraparte, se va perdiendo todo en medio de un afán destructivo que derriba ecosistemas con todos sus elementos dentro. Es la paradoja humana de este tiempo que sepulta la posibilidad existencial del individuo y del grupo, que, en actos de agresión, hieren profundamente a valiosos signos del entorno ambiental, entre ellos, los árboles. "En las selvas que tala el hombre más que el hacha. En la ciudad que el hombre más que el hierro endurece. Dejad, amigos, lugar para los árboles".
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       ¿Y por qué - preguntamos- solicita el poeta León, lugar para los árboles?. Quizás la locura del falso florecimiento del poder económico por medio de la explosión sin trabas, sea la condición que el hombre se ha impuesto en la búsqueda de trascender a su propio tiempo. Pero, de esta manera, no hay trascendencia, y la historia sólo cuenta de la heroicidad de los que construyeron sin destruir, de los que crearon sin dañar innecesariamente lo ya creado, de los que dieron sin esperar nada a cambio, cual practicantes que fueron de un ideario existencial definitivamente auténtico. Pero ocurre que ahora, el hombre la emprende contra todo sin medida, lo inunda e incendia todo, y tala y sustituye al árbol, cálido y frutal, por la fría cabilla que oxida la vida y la envenena.

       Sembrar árboles debe ser la consigna de los que no practicamos la destrucción. Hacer naturaleza a granel y en todos los paisajes, para que haya un mañana con climas y montañas, y para que el hombre siga alimentando su espíritu con el nacimiento y desarrollo de los bienes del alma que son la poesía y la música, la literatura y el arte.

       La solicitud de una nueva naturaleza esplendente y refrescante, continúa siendo el ideal de muchos escritores que se saben poseídos de un arma de combate: la palabra poética; misterioso y eficaz instrumento de comunicación utilizado, entre otras cosas, para llevar un mensaje de alerta y salvación al hombre... "En los pequeños pueblos rodeados por la siembra. En todas las ciudades que han crecido, en todas las ciudades por nacer. Dejad, amigos lugar para los árboles".

       Qué inmenso poema de vida escribe el destino de aquellos lugares de privilegio en los que los árboles mueren de senectud, desgajados paulatinamente por el tiempo, acabados por la inexorable ley de la mutación.

       Árboles centenarios, sacristanes del siglo, van cayendo para dar lugar en sus troncos putrefactos a otros ecosistemas sustitutos.

       Y así, la naturaleza se sigue haciendo resistente a la desaparición mediante la aparición de nuevas presencias rozagantes que permiten el descubrimiento de otros tiempos y edades. Y en medio de esta manera de existir, el hombre, levantando también su destino como criatura fundamental del universo. 
       Ante tales consideraciones, escribe Carlos Augusto León esa didáctica poética, llamado de conciencia al individuo del momento: "Sombras de todas partes, de toda edad, de toda manera de vivir, si es que queréis que el hombre siga vivo en la tierra, Dejad, amigos, lugar para los árboles".
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Alí Medina 

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