La historia de un país –de una patria, de un
reino- con el tiempo en poesía deviene. Sobran los testimonios después de la Ilíada
en sostén de este enunciado. El quebranto existencial –para usar un vocablo
nebuloso- de los últimos lustros de Venezuela lo vierte en las odas de su
madurez de cisne Carmen Alcalde estampadas en ese libro pleno de musicalidad
verbal A la sombra del tiempo (San Cristobal, 2013).
Delgada mujer cual una mata de petunia, no obstante sobre ese fino cuerpo florido porta el vivo historial de su ciudad, de sus entornos, de su región; poeta con su geografía, parajes, ríos, lo rural, la gente la andinidad nativa, consubstanciada. Cuando alguien lleva a cuestas con cabal conocimiento los aconteceres de su terruño, los griegos para ellos un término poseían: “mártyr”, valga decir testigo de excepción de “la sombra de su tiempo”. La ruta de las comarcas, trajines de su vividura por la piel de este país ella con su corazón descalzo, su muy sagaz almaespíritu, con angustiada solicitud recorre a partir del nacer a la conciencia la empalizada de sus de sus cantos de hoy, lindero de sus reminiscentes añoranzas, altozano para las “ígneas sagittas” lanzar e iluminar así los sentires de los lectores.
cielo entre los árboles
inhalando el aroma
de rosas y eucalipto.
Respiro con demora
cada instante del tiempo
para absorber a plenitud
la esencia de la vida
en esos pocos ratos
que me presta.”
(p.
IV).
Ve Carmen Alcalde el enredijo de su contemporaneidad sobre el
promontorio del ahora. Piensa. Deposita las voces de sus cogitaciones en la
gaveta, a la vez espejo, del silencio. Ábrela luego de lapsos de maduración
para nutrir con esas espejeantes voces las serenas cantigas de sus admoniciones.
Mas, discurren a la par por el alma de la admonitora escalofriantes
juicios en torno a las causas por las cuales el siglo presente comenzó a andar
por encrucijadas de incertidumbre, presagios, miedos, ausencias, veladas
amenazas destructivas. Ese escalofrío un nombre tiene: la culpa, la culpa social
(no hallo otro adjetivo más cercano para nombrar la “culpa por la pobreza de
los otros”). ¿Cuándo aparece la culpa social en Occidente? Entre los griegos
nunca la hubo: Solón (640-558 A.C.) creó la democracia asentada en su célebre
Constitución, cual una manera objetiva, racional, de evitar se despedazaran los
ricos contra los pobres o viceversa, para con dicha Constitución lo más
importante salvar: Grecia, sobre la basal raíz de ser ambos bandos
genéticamente griegos. Entre los romanos (República o Imperio) tampoco: cuando
las desavenencias por la desigualdad de los bienes materiales al punto más
ígneo ascendían, desembocaban en la guerra civil, luego de la espantosa
mortandad la paz social por largos años reinaba sobre un denominador común, la
condición de romanos. Se sabía mucho en la antigüedad clásica de esa complicada
dýnamis con las consecuencias desde la perspectiva histórica del antagonismo
entre la riqueza excesiva de3 unos, la pobreza extrema de otros.
Mas, se conocían las respuestas: la sabia, la democracia de
Solón; la furiosa, la medición de las hostiles fuerzas en los campos del Dios
Marte. Pero la culpa social cual tal sólo con el sincretismo étnico y teológico
del cristianismo se manifiesta con su estratificada gama de complejísimos sentimientos:
la culpa religiosa, la culpa mística, la culpa moral, el bochorno, la angustia,
el terror sobre algo irresoluble … Sintetiza Carmen Alcalde con la fortitud de
la lirica, en tres estrofas, el venezolano,
“No escuchamos
los pasos de los hombres esfumándose
mientras la madrugada se dormía.
no sentimos la existencia de la orfandad
ni la miseria
ni buscamos en las tardes
las migajas de amor
disperas en el aire.
¿Gemimos ahora
bajo los rayos de la tempestad?
Con los puños cerrados
clamamos impotentes
tanta realidad absurda
¡tanta muerte!
(p.
XXXI).
La culpa social en ningún país, de manera absoluta, se ha
solventado. Pervive en mucho espacios del humanismo el rostro más demacrado de
esta patología social, la carencia de los bienes materiales mínimos para una
susbsistencia decorosa. La solución definitiva el hombre la posee: están sobre
la mesa del destino la ciencia, la tecnología, el dinero: para activar estos
poderosos recursos requiérese sumar a ellos la filía hacia los desheredados de
futuro, el titánico esfuerzo, la bondad, inclusive la oportunidad de sobrevivir
la civilización. Un sociologismo creativo, amoroso, eficiente, sin retórica,
sin fundamentalismo, sin política. Sobre este particular la política fracasó.
He aquí, por ellos, el peligro, la celada, el cambalache de Satanás. Suelen
ofertar grupos políticos el negocio de reemplazar la culpa social por la
utopía. Traduce este vocablo griego “no lugar” (ou tópos). ¿Cómo se puede
ofrecer a permuta “un espacio que no existe”?
A los sobrevivientes de esa utopía sería bueno preguntarles ¿cómo
les fue? o ¿cómo les va? … La muerte del espíritu, de la libertad, a trueque de
un mendrugo LA NADA se llama. Se ubica el país de Utopía en las antípodas de lo
humano, al final de lo admirable, más allá del sepulcro de la aventura. En
Utopía todos sonríen pero sin risas. Paradójicamente el único espacio frío del
infierno la crueldad de la Utopía ocupa… Desconfía Carmen Teresa Alcalde de
aquellas señales equívocas conducente a la emboscada de la utopía, elige
sin ambages creer en la esperanza, con valentía amar ese
sentimiento consubstanciado con la historia de Venezuela, la libertad. Subraya
con sus versos,
“En la mañana, antes de salir de casa,
lavo los sueños esculpidos en la noche.
¿Qué cantar de gallos
Espabiló los ojos de las estrellas?
¿Alguna noticia destructiva
amenazó la aurora?
Abro la puerta del día.
¡Más allá del horizonte
se encuentra agigantado el paisaje!
Respiro… Vivo…
Aún sopla aire de libertad.”
(p. IX).
Reside
la fortitud de perennidad de este poemario de Carmen Alcalde en la certeza
eidética del vesperal fruto de su trajinar por la villa de la vida, de lo
visto, sentido, para en este su difícil hoy en serenos ritmos expresarla,
“ Camino
mirando las esquinas
donde cuelgan los recuerdos
para arrancarlos
abstraerlos
absorverlos de culpa
y guardar
inviolable
lo mejor de su escencia.”
(p. XI).
Trayendo a colación dos versos del poeta romano Horacio estas
hilvanadas elucidaciones cierro: “Dignum laude virum Musa vetat mori:/ caelo
Musa beat. “ Horatius, Odae. Lib. IV,8. Por ser la de acá una poeta
así pues traduciré: “A la digna de loanzas la Musa le impide morir: /la
beatifica en el cielo.”
Recital de poesía de Carmen Teresa Alcalde. Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=Qtqj9ZFsajs
Recital de poesía de Carmen Teresa Alcalde. Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=Qtqj9ZFsajs
Lubio
Cardozo, poeta ambientalista venezolano. Lenin Cardozo, editor
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