Desde el inicio de la civilización, la guerra ha sido una constante en la historia humana. Reinos, imperios y naciones han librado incontables batallas, justificadas bajo ideales de poder, territorio, religión o economía. Sin embargo, hay una guerra mucho más antigua y silenciosa, una que no se discute en los foros internacionales ni se estudia en las academias militares: la guerra contra la naturaleza.
La pregunta clave es: ¿es la guerra una característica inevitable de la naturaleza humana o es una construcción cultural que hemos arrastrado por milenios? Y, más aún, ¿por qué, en su afán de conquista y dominación, el ser humano ha ignorado el costo de sus guerras sobre las demás formas de vida?
El pensamiento ambientalista y la filosofía ecológica nos muestran que el problema fundamental no es solo la guerra entre humanos, sino la mentalidad que la sostiene: la desconexión entre el ser humano y la biosfera. La civilización industrial ha exacerbado esta desconexión, al punto de considerar los recursos naturales como simples materias primas y no como la base de la vida misma.
Cada guerra deja tras de sí ciudades en ruinas y sociedades quebradas, pero también ecosistemas devastados. Bosques incendiados, mares contaminados por el petróleo y los desechos tóxicos, especies al borde de la extinción, suelos estériles por explosivos y químicos. En las guerras humanas, la naturaleza no tiene bandera ni ejército, pero es la primera y última víctima.
Más allá de los conflictos armados, la humanidad libra una guerra constante contra la Tierra. La quema de combustibles fósiles, la deforestación masiva, la contaminación de ríos y océanos, el colapso de ecosistemas entero. Todo esto es parte de un enfrentamiento unilateral donde solo hay un perdedor: la vida.
La mentalidad bélica con la que los humanos han resuelto sus conflictos se ha trasladado a su relación con el planeta. Se explota, se extrae, se conquista. Pero el precio de esta guerra es la crisis climática, la escasez de agua, la pérdida de biodiversidad y, en última instancia, la amenaza de la propia extinción humana.
Abandonar la mentalidad de conquista y explotación es el primer paso. La tecnología renovable, la restauración de ecosistemas, la agricultura regenerativa y la economía circular son estrategias que nos permiten construir un futuro sin guerras, ni entre humanos ni contra la naturaleza.
Si la guerra es un producto de la desconexión, la paz solo puede venir con la integración. No podemos seguir considerando a la Tierra como un botín de guerra, sino como nuestro único hogar. El verdadero progreso no está en la conquista de territorios, sino en la regeneración de la vida.
La pregunta ya no es si la naturaleza humana es hacer la guerra. La verdadera cuestión es: ¿tenemos la capacidad de evolucionar hacia una cultura de paz con el planeta? El Solarismo responde con un sí rotundo, pero el tiempo para actuar se agota.
Lubio Lenin Cardozo
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