Mortalmente herido esta el último pulmón verde del norte de
Suramerica y barrera natural contra los vientos que vienen por el Atlántico desde el África, así se encuentra el territorio
venezolano llamado el Esequibo, debido a la agresiva deforestación que hoy sufre por parte de trasnacionales madereras
como la empresa Bai Shan Lin y de minería a cielo abierto como la canadiense Guyana Goldfields. Una acción sin
precedente que hoy contribuye drásticamente a ese futuro global incierto que se avizora por el calentamiento sensible de la atmósfera en las próximas décadas.
Esa ilegal y acelerada deforestación del Esequibo donde se han derribado densos bosques, es también el detonante de un irreversible proceso erosivo hacia el Amazonía, debida a que estos bosques junto a la formación geológica milenaria denominada el Macizo Guayanes han venido actuando como escudo natural para proteger a esa otra basta e importante bioregión. Esto, junto con la configuración orográfica y el comportamiento variable del mar Atlántico, tiene múltiples repercusiones, una de las cuales ya se comienza a percibir: la paulatina desaparición de las precipitaciones normales en épocas de verano, la cual a su vez están produciendo un efecto de desequilibrio en las precipitaciones regulares de ese territorio.
El Esequibo frente al cambio climático
El Esequibo debe ser considerado como una zona vulnerable a los efectos del calentamiento global por ser un territorio estratégico por su geografía costera preamazonica, que hace un valorable aporte en la regulación climática de la
región y a su vez coadyuva a mitigar los efectos del cambio climático. Así mismo, sus humedales, cumplen una función de
“tampón de extremos”, laminando y suavizando fenómenos meteorológicos como sequías y lluvias torrenciales, cuya frecuencia se proyecta en aumento con las implicaciones del cambio climático.
Defender los bosques del Esequibo es mitigar la liberación de cuantiosos volúmenes de carbono hacia la atmósfera producto de la descomposición o la combustión de los residuos vegetales almacenados, sólo en su cobertura vegetal se estiman, un millardo de toneladas de bióxido de carbono, lo que equivale a casi 150 veces las emisiones anuales de este gas producidas por la quema de combustibles fósiles, como el carbón y el petróleo.
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