Situado en el centro norte del estado Aragua, a dos kilómetros del Mar Caribe
venezolano, el gentil pueblo de Choroní hunde sus raíces originarias en la
olvidada historia de sus aborígenes, los indios choroníes de raza arahuaca.
Desgraciadamente sobrevivieron pocas décadas después de la invasión española.
Quedó sin embargo el registro de
indudable existencia, además del mestizaje local, en los libros de los llamados
cronistas coloniales, también en el voluminoso testimonio impreso del obispo
Martí, junto a algunos otros registros durante los siglos antes de la Independencia.
Tomaron los choroníes, su
nombre de un árbol benefactor de su dieta, abundantísimo en los bosques, el “choroní”. Desaparecería
con el tiempo este vocablo nativo ante el nahual “cacao” (cacahuatl)
impuesto por el empuje del comercio del chocolate. Mas la voz nativa local
perduraría con la eternidad del etnónimo para identificar a sus pobladores
indígenas, al río, a la región, el pueblo Santa Clara de Choroní. Hay una
hermosa leyenda donde se narra la
milagros fusión del nombre de la santa católica francesa Santa Clara de Asís
(1193-1253) con el etnónimo Choroní, fehaciente prueba del mestizaje religioso
y la patética presencia de una santa cristiana católica en el gentilicio de una
comunidad.
Geográficamente Choroní está inserto en la
parte más tramada de las selvas de la
Cordillera de la Costa –hoy Parque Nacional Henri Pittier-, se aposenta el
poblado en una lonja de tierra
de algo menos de un Kilómetro cuadrado, flanqueada – si miramos hacia el norte-
a la izquierda por la quebrada de Santa Clara, a la derecha el flamante río Choroní;
dista del mar dos kilómetros de longitud en cuyas costas se levantó el caserío
de pescadores conocido con el nombre de Puerto Colombia,
En las dos planicies boscosas
paralelas al río se desarrollaron desde los tiempos de la Colonia haciendas
para el cultivo del cacao, la explotación intensiva del árbol autóctono. Por
supuesto se aprovecharon además para la siembra de plantas nativas destinadas a
la alimentación cotidiana de la gente: café, cambur, plátanos, yuca, aguacates,
maíz, tubérculos de diversos nombres, en fin junto a animales domésticos para
la dieta diaria de aquel entonces, aves, cerdos, sobre todo.
Pues bien en esa estancia de eterno verdor,
en esa alquería de Santa Clara de Choroní, en ese nicho ecológico nació,
transcurrió su infancia, su primera juventud Laura Alvarado Cardozo, hoy Beata
María de San José.
Pretenden estos párrafos mostrar al lector
una semblanza del afectivo entorno geográfico albergante de los primeros
lustros de la existencia de la primera Beata venezolana. Influyó necesariamente
en su formación espiritual la impresionante hermosura de ese paisaje en
aquellos años, la serenidad de su ambiente, la armonía social de sus pobladores,
a la par de cotidiana enseñanza católica de la familia inmersos en la sana
moralidad de las costumbres en esa pequeña comarca gentil. Sobre la biografía
de su etapa antes de asumir su destino de monja, cuando se llamaba Laura
Alvarado Cardozo, se han editado algunos breves estudios, otros más extensos
cubren su largo camino como hermana Agustina Recoleta del Corazón de Jesús. Por
eso este escrito soslaya conscientemente dicha información, para enfocarse más
bien a esculcar una posible vinculación en el devenir de la Beata entre las
nativas cualidades de su personalidad proveniente del paisaje de la pequeña
patria donde advino a la ventura con la siempre positiva actitud vital de la
religiosa a lo largo de sus años monacales. No se han hallado hasta ahora
testimonios escritos específicos pero sí algunos de transmisión oral: por
ejemplo, sus largas horas de contemplativo silencio de aquella niña en el huerto
de árboles frutales de su casa paterna situada a la orilla de la Quebrada de
Santa Clara.
Ya adulta, su celoso cuidado del ambiente, de
la pulcritud de los sitios donde se desarrollaba su actividad, de su exigencia
en el esmero con las plantas tanto de los materos como de los patios de las
casas de Maracay donde pasaron sus años.
Choroní nunca fue un pueblo de paso, una encrucijada de caminos sino por el contrario una villa de largo arraigo en la historia venezolana que se desarrolló en el centro del País. Dejó siempre su timbre en el desenvolvimiento de los aconteceres de la Nación: sufrió los avatares de la conquista hispana, la colonización dejó su impronta, participó en episodios de la Guerra de Independencia, alcanzó su esplendor durante la vida republicana hasta mediados del siglo pasado. Abundan las referencias historiográficas sobre esos señalamientos. Súmese a ello los significativos acontecimientos espirituales a lo largo de su devenir: No puede pasar desapercibido en la historia de esa comunidad la presencia de la religiosa francesa Santa Clara de Asís (1193 - 1253) quien por el misterio de las sendas sagradas siglos después prestó su nombre para la primera capilla de aquella aldea, luego se extendería mediante los topónimos por la comarca. Obviamente conocía la Beata María de San José este anímico legado. Añádase a los anales del pueblo la llegada y residencia en él del poeta José Antonio Maitin (1804-1874). Importante lírico venezolano de reconocimiento continental (en el ámbito hispanoamericano), fundador del romanticismo en su País. Arribó a Choroní en 1831 después de un largo deambular por la vida política. Escribirá allí en ese valle de verdor, luminosidad, tranquilidad, sus mejores composiciones líricas en la cuales recoge a la par de los secretos recuerdos, de sus íntimas reflexiones románticas sobre el esplendor de esa naturaleza todavía para ese entonces selváticas en buena medida. De su larga oda rotulada LAS ORILLAS DEL RIO, se han seleccionado para este escrito apenas tres estrofas:
“Inquieto
transparente,
ya
dócil, ya bramando,
en
su lecho de plata refulgente
undoso
el Choroní corre impaciente;
y
sus ondas regando
va
sus verdes orillas matizando.
¡Cuán
diáfano retrata
los
techos de verdura
y
los peñascos en su linfa grata!
Su
blanca espuma se disuelve en plata
y
reluciente y pura
la
arena en lo hondo cual cristal fulgura.
(…..)
Hoy
gusta los olores
del
aire gemebundo:
sosegado
y gentil bulle entre flores;
pasa
festivo susurrando amores,
y
libre y vagabundo
corre
a su eternidad…¡El mar profundo!
(…)
[José
Antonio Maitín, Antología. Caracas, Monte Ávila, 1992. p.139. Estrofas
1,2 y 4].
Ocupó un respetable espacio José Antonio
Maitín en las actividades del pueblo. Los ricos hacendados solían organizar
tertulias intelectuales en sus casas de la pequeña urbe cacaotera para oír
junto a junto a las composiciones líricas del poeta también sus anécdotas o más
bien padecimientos familiares durante la Guerra Muerte en la plena Guerra de
Independencia cuando su padre tuvo un desempeño ejemplar, luego el exilio en
una isla del Caribe: después del año 1821 Bolívar le otorga el cargo de Secretario
de la Embajada (Legación) de Colombia en Londres…La Madre María de San José en
sus pláticas de la casa religiosa de Maracay solía, a veces, mencionar con
afecto a Maitín, pero ¿lo leería? No hay testimonios.
Se residenció también en Choroní, hacia el
final de su vida el Dr. Bartolomé Bello, destacado jurisconsulto, filántropo,
pariente cercano de Andrés Bello
Cuando
asoló a Venezuela la epidemia nominada “peste negra” Bartolomé Bello gestó
buena parte de su fortuna para asistir con eficiencia a los choronicenses.
Agradecidos por su filantropía los habitantes, sobrevivientes gracias a la
ayuda realista y pronta del jurisconsulto, de aquella pequeña villa cacaotera
al morir Bartolomé Bello le levantaron un representativo busto de mármol en la
plaza central. En sus conversaciones por los pasillos de la casa religiosa de
Maracay la Madre María de San José mencionada a veces la caridad católica del
Dr. Bartolomé Bello.
Estas enlazada vivencias de tradición
religiosa – espiritual (Santa Clara de Asís), intelectual (José Antonio
Maitín), filantrópica (Dr. Bartolomé Bello), el nicho ecológico de ese valle de
altos mijaos, lleno de paz, de armonía social, de gentileza, de cristianismo
tuvieron que enriquecer la innata condición de santidad de la futura Beata. Un
modesto aporte en el largo camino de su vocación monacal católica, en su
rigurosa formación religiosa, hacia su impresionante obra congregacional al
servicio del fortaleciendo de la Iglesia Cristiana Católica de Venezuela, hacia
la Beatitud.
Si se lograra, con el tiempo, el sacro
milagro de la canonización de la Beata María de San José ¿se le podría nominar,
también, Santa del ambiente? ….
Lubio Cardozo, poeta ambientalista venezolano,
Lenin Cardozo
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Estimado Lenin Cardozo. Saludos permanentes. Celebro y suscribo proposición de Santa para la Madre Emilia de San José. Texto introductorio es incontrovertible y la obra poética, densa y distinguida del profesor, investigador, critico literario, periodista cultural, poeta y ambientalista así lo corroboran. Con Amistad y Poesía, Eddy Rafael Pérez.
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