Paso el camión con los cuerpos
mutilados por las tres alcabalas, lo custodiaban motorizados y una camioneta
oficial, seguramente reducían el paso en cada uno de esos puntos de control,
como buscando la aprobación en los
rostros de quienes estaban encargados, pero solo conseguían miradas al cielo. A lo mejor, los de las miradas perdidas en sus
más íntimos pensamientos, rezaban una plegaria por las nuevas víctimas,
de las tantas (centenares) que ya habran visto durante los últimos años.
Ahora, esos con vista al cielo tienen
la magna responsabilidad de mirar a 150 concesionarias internacionales que explotaran
a cielo abierto 12 mil kilómetros cuadrados
del país. Asumo que rezaran muchas plegarias también, por los daños
irreparables e irreversibles que estas empresas antiplaneta le harán al único y
real patrimonio futuro que tenemos, nuestra naturaleza.
Las trasnacionales pronto harán gigantes cráteres,
donde a 10 kilómetros a la redonda de esos huecos se sentirán los químicos esparcidos
por esa actividad minera. Miles de
venezolanos no humanos morirán casi de inmediato y otros cientos de miles al
cruzarse en sus salidas nocturnales por esas nuevas zonas de muerte.
La nación perderá, en un santiamén, bosques,
humedales, lagos, ríos, acuíferos y montañas. Cada
mina a cielo abierto utiliza en promedio por día de
explotación, 6 toneladas de cianuro, 400 kilos de ácido clorhídrico, 400 kilos de
soda cáustica, 23 mil kilos de cal, 2 mil kilos de azufre y se dinamitan unas
42 mil toneladas de roca. Se gastaran
además diariamente unos 100 millones de
litros de agua. Estas operaciones también
producen una seria alteración de la biósfera debido a que las explosiones
elevan a la atmósfera toneladas de polvo generando nubes artificiales toxicas.
La soberanía
la perdemos sin defensa ni defensores, en el mayor de los entreguismos. Dolidos
pero sin dolientes. Esequibo, norte del Delta, sur de Bolívar y del Amazonas y ahora en el corazón de la Patria.
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