En el inventario de la riqueza de un país debe incluirse también sus animales silvestres, de las llanuras, de los cerros, de los matorrales. Su equivalencia en valor de cambio, valga decir dinero, no se puede tasar con el mismo patrón de otras mercancías tomadas directamente de la naturaleza como los combustibles fósiles, los minerales, los metales, las piedras de joyería, en fin. La importancia en calidad de riqueza de una región debe regirse con nuevos parámetros aportados por las ciencias auxiliares de la conversión del equilibrio de la vida del entorno natural donde el humano reside.
Si desaparecieran los murciélagos entonces los insectos se adueñarían del planeta, pero si se esfumasen los insectos tampoco habría polinización, se paralizaría en buena medida la reproducción de las plantas o en palabras inmediatas: nada de frutos, nada de semillas. Si se arrasaran las serpientes de las superficies de los campos los roedores se comerían sin mayor dificultad el trabajo de los campesinos. Y así sucesivamente: al destruir las especies montaraces el valor de cambio a obtener seria el empobrecimiento de la calidad de vida del futuro tanto del humano como del Planeta Azul, se agudizaría la peligrosa contienda ente la mala civilización y la Tierra. Estos saberes muchas personas los conocen más pocas veces responden con acciones defensivas del entorno ecológico.
En Venezuela hasta mediados del
siglo pasado se registraban, con ostensible abundancia, cinco especies de
felinos entre selváticos y sabaneros. El más famoso de ellos por su historial
de travesuras narradas por expedicionarios, viajeros, zoólogos, aldeanos, es el
jaguar (Felis Onca). Por su notable
presencia física, su fuerza, su valor, la belleza de su piel, su existencia ha
penetrado las páginas de la literatura (cuentos, novelas, anecdotarios,
tradiciones), la poesía, además de los espacios de los libros de la zoología. En la obra de Alejandro de Humboldt Viaje
a las regiones equinocciales del Nuevo Continente ocupa este hermoso
felino interesantes episodios, en las descripciones del naturalista alemán aparecen
momentos de suspenso, o dolorosos (por ejemplo cuando los jaguares le mataron
los perros de la expedición), en otra oportunidad sus cuentos están llenos de
inteligente humorismo. Curiosas
vivencias sobre estos felinos se hallan también en los escritos sobre sus
viajes por Venezuela de los científicos europeos Jean Linden, Ferdinand Appum,
James Spence, Anton Goering.
El Jaguar posee un cuerpo grueso,
fuerte, de músculos firmes, el animal adulto mide en promedio dos metros, doscientos
centímetros desde la punta de la nariz hasta la punta de la cola. Sobre el color de fondo pardorojizo se
disponen pequeñas manchas negras agrupadas en círculos independientes. Se alimenta de cualquier vertebrado sin
importarle su tamaño. Su hábitat se extendía
desde los Llanos del centro del País hasta las selvas orinoquenses, desde las
altas montanas de la Cordillera de la Costa, el pie de monte andino hasta las
selvas de galería bordeantes de las aguas, cano, quebradas afluentes del rio
Apure; y los tupidos bosques de la Amazonia.
Si nos guiamos por orden del tamaño
el felino más importante después del Jaguar era el Puma (Puma Concolor). De cuerpo delgado, mide 1.8 metros de largo, de color rojizo
blanquecina su pelaje. Se alimenta
preferiblemente de aves aunque no desprecia cualquier mamífero pequeño. Sus fuertes garras les facilitan trepar con facilidad
los arboles en busca de su presa o para ocultarse. Su habita es el mismo del jaguar.
Le sigue en el orden aceptado el
felino llamado Manigordo (Felis Pardalis). Mide 1.20 metros de largo. Pelaje rojizo con machas negras parecidas a
las del Jaguar. De hábitos nocturnos, se
alimenta de roedores grandes, de aves. Gran trepador, vive en lo más alto e
intrincado de los arboles, se desplaza por los mismos corredores de los
anteriores.
En el orden establecido vendría ahora
el Cunaguaro (Felis Tigrina). Precioso felino por la armonía de sus formas: delgado,
fuerte, de un metro de largo, de piel pardorojiza, con machas negras similares también
a las del Jaguar. Su hábitat es el mismo
de los anteriores; se alimenta de roedores, aves, huevos, iguanas, batracios.
El felino selvático sabanero más pequeño
registrado en la fauna venezolana se nomina Gato Montes. Escasamente llega a 80 centímetros de largo,
de cuerpo delgado, de pelaje pardo cenizo uniforme, sin manchas. Vive y caza
con su pareja. Se alimenta de aves trepadoras como los paujíes, las guacharacas,
los loros, las guacamayas.
Estos hermosos felinos hoy en día
solo están presentes en las páginas de
los libros de zoología, en los programas ambientalistas de la TV, en Internet. En la realidad venezolana apenas se pueden
observar en algunos zoológicos Nación, metidos en jaulas – o más bien calabozos
– de diez metros cuadrados de espacio.
Ojalas que en las profundas gargantas selváticas de la Sierra de Perija del
estado Zulia o en las boscosas de los Andes merideños o en pantanosos
morichales de los Llanos Orientales o en los parques nacionales del Cinaruco-Capanaparo a orillas del Orinoco en
el estado Apure o en el Duida-Marahuaca del estado Amazona hayan encontrado
refugios seguros para subsistir un tiempo más defendiendo el extraño don de sus
existencias.
Lenin Cardozo | Lubio Cardozo,
poeta venezolano.
EL JAGUAR
Ostentosa joya de la hermana selva.
Tu retumbo los arcanos indaga
del verde suelo encabalgado en
las cosas
el remolino transcurrir.
- – Felis Onca –
Reta tu nocturnal mirada las de arriba
las centellas
de la celeste espesura.
Nómada por las orillas de la umbría
sigiloso
montero.
Tus aterradores venablos nombran
presteza,
osadía, brío.
El día, arca de los sobresaltos
en cualquier velado rincón del boscaje
esperas.
Lubio Cardozo, poeta venezolano.
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