En el
mundo de la pintura venezolana contemporánea ninguno de sus ejecutantes en sus
disímiles estratos se detuvo a pensar en la fuerza cromática de los tres
colores de la andera nacional. Colores –
ser, colores – entidad por ello
substancia los matices del espectro
luminoso. Dichos tres colores son
absolutos en sí mismos. La Guerra de Independencia los
hizo así, los dotó de absolutez, los decantó.
Al través de esos radicales años las variadas propuestas de tonos, de
tintes, desaparecieron junto a las ambigüedades inaceptables durante la
contienda para concentrarse en la expresión de las firmeza ideológica de la lid
por la libertad de la Patria
en su diáfano hacerse. La absolutez cromática natural de esos tres colores
primarios -amarillo, azul, rojo- se fortalece en la identidad de la firmeza de
la historia del territorio, de su Guerra
de Emancipación, expresado claramente en su bandera.
Descubrió Juan Loyera la poderosa
fuerza de la creatividad artística de esos tres colores en su juego disposicional
ordenados así por el inteligente mandato de los forjadores de la
Nación : primero el amarillo, segundo el azul, tercero el rojo
expresantes esos tres pigmentos originarios en su ingeniosa disposición del
mismo impulso anímico nutriente del huracán de la lucha independentista. La
pureza de esas tres franjas cromáticas absolutas en su justa colocación
soslayan, ninguna cualquiera simplista adjudicación al mero azar, su ludismo disposicional
esencia el ícono y símbolo de la revolución emancipadora al través de su
gloriosa bandera. Nadie leyó antes de manera tan clara, tan visible, los
colores de la bandera venezolana cual lo hizo el pintor venezolano Juan Loyera,
para luego verterlos dignamente en las obras de su arte pictórico con
aportativa, sorprendente e imaginativa creatividad.
Nació
Juan Loyola en Caracas en 1952. A los 47
años, en Catia La Mar ,
en 1999 muere. Vigorosa en conocimientos, en disciplina académica fue su
formación de artista de la plática, obtenida en diversas escuelas de pintura y
escultura de Caracas. Substanciaron la belleza de la plástica de Juan Loyola
varios impulsos artísticos estratégicos alimentados con las señales de las
luchas por mejorar las condiciones de existencia de la humanidad surgidas en
las décadas de la segunda mitad de la centuria anterior. El primero de esos impulsos su vertical
honestidad en la labor composicional, en su hacer arte. El segundo, su amor a la Patria. El tercero la
defensa del ambiente con el instrumento de la pintura, dirigida ésta hacia
vívidas acciones reales, eficientes: cubrir con los colores de la bandera los
espacios afeados por la desidia, la pereza de los malos ciudadanos: paredes de
las calles, esquinas, rincones, carros abandonados, sitios feos, repugnantes,
vergonzosos a la mirada de la buena gente.
¿Pero cómo revertir esos grotescos ámbitos? Convirtiendo esos feos espacios en gratos
parajes con su imaginación creadora de artista plástico al través del lúdico,
armonioso uso de los colores de la bandera venezolana.
Transformaba Juan Loyola
en cuestión de uno o dos días un área degradada por la estupidez de los
transeúntes en una heredad luminosa, agresivamente hermosa con su tricolaridad.
Nacía así la primera fase de su obra plástica: la llamada inmóvil fehaciente
testimonio de su manera de abogar por la protección del ambiente. Consistía la segunda fase, para garantizar la
trascendencia del esfuerzo, en tomar fotografías de la obra inmóvil para
reproducirlas luego en cartulinas u otro material capaz de recibir la impresión
gráfica. Representaba la fase final la
divulgación de sus singulares creaciones: la venta, la colocación en
bibliotecas, exposiciones, la distribución entre los ambientalistas,
ecologistas, otros pintores, en fin en aquellas personas interesadas en el
quehacer plástico de este revolucionario artista.
Recorrió
de este modo buena parte de Venezuela: aldeas, caminos, urbes, plazas, parajes
afeados, en su afán de mostrar un destino social diferente para el arte de la
pintura, compartir los museos, los salones, las galerías, con el pintar al aire
libre. Llevó también su original manera de crear arte plástico con los colores
de la bandera venezolana por países iberoamericanos: Brasil, Ecuador, Argentina, Paraguay.
Uruguay; en esta última nación conoció a uno de los grandes creadores del performance y de la poesía visualista en Sur
América, su gran amigo del poeta Clemente.
Nacieron
libres las palabras, obviamente; hará ello su ser: abiertas, luminosas,
irradiantes. Los académicos, algunos escritores en sus dogmas pretenden
instituirlas, un inocente afán –con
buena intención- de evitar salgan en
estampida. Más el poeta la jaula debe
abrir –“Descuelga de la encina carcomida
/ tu dulce lira de oro”…A. Bello- dejarlas en su fantástica libertad
jugar. Convertirse así en su cómplice,
encender el hechizo, iniciar la aventura de la poesía.
Después que pase la procesión
voy a recorrer las calles de la ciudad
barrida
por los vientos
Visitaré las iglesias vacías de fieles
y la plaza sin flores
profanas
La
serpiente de las siete leguas
despertará
las piedras
los bárbaros serán marcados
y los habitantes al fin
despertará del letargo.
Teresa
Coraspe, Tanta nada para tanto infierno.
(Ciudad Bolívar, 1994. p. 89)
El
pensar hilvanando con los vocablos de la exposición teórica, las tres composiciones seleccionadas –poemas absolutos- lo ratifican.
Mérida,
MMXI
Lubio
Cardozo, poeta ambientalista venezolano
Intervencion del artista integral Juan Loyola en el caoítulo final de la novela venezolana
"La Inolvidable" donde hace una proclama
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