Sólo la poesía a sus amorosos
ampara; el abandonar su exigente comarca entonces las raras –selváticas-
pasiones de la intemperie o la Nada aguardan. Algunos poetas lo saben, otros no
éstos yerran, se disuelven, desaparecen. No hay más amparo para el trovador
sino la poesía.
Anda
holgadamente Teresa Coraspe en el laberinto de su difícil romería por haber
revelado en ella esa otra dimensión del contemplar, el ver salvante
–dispicecere- hecho de las Ideas. Entender así la aridez del
arraigamiento cual una tentación únicamente acreedora del olvido o apenas sí
recordar su escalofrío. Asumió ella en la estrella de caminos, veredas, sendas
del misterio milagro de la belleza el de la poesía, el alto principado de las
encandecidas palabras, imperceptible más certísimo don de Theós Apollo.
“Estos pasos que no me
pertenecen
detienen su cansancio
junto al mar
Ah rostros visionarios
he andado hacia el fondo
allí donde terminan mis
huesos”
(T.C.., Vuelvo con mis huesos, 1978).
Pero ¿qué
habla la tristeza en la lírica?
Cuando al
territorio de la existencia se desciende empréndese al romper la búsqueda para
tratar de descubrir entre la opima heterogeneidad del mundo, en su tosca
versión terrenal, lo belloverdaderobueno (la kalokagathía de
aquellos lejanos griegos) cual pieza clave del puzle o el mapa donde de
inmediato se vislumbraría la ruta infalible del retorno, la esperanza de
enterrar para siempre bajo los peñascos de la eternidad al acechante dragón de
la miseria de la temporalidad, escondido entre las ralas yerbas en la pradera
de los días.
Escasos quienes esa cifra, esa alhaja hallan. Ante el desasosiego
de no toparse con la seña, el cuerpo oferta a cambio el señuelo, mediante la
imperativa lectura del Sol, la posibilidad de los placeres somáticos, infinitos
aunque robados a la naturaleza del relámpago, jugar al salto de la cuerda sobre
a boca del vacío. Pero los poetas, personajes muy severos en su altivo
silencio, optan por la propuesta restante, la melancolía. Empieza así el
romeraje por los vericuetos de la vividura sobre el singular caballo con un
verbo por nombre, “Esperar”. Dejando va al cantor o la cantora a lo largo del
sendero los testimonios de sus pesquisas o de su fe en la reminiscencia (en la
anamnesis) cual tributo de lealtad al destino o al misterio sobre el filo del
riesgo de una creencia sus poemas.
“Una mujer se va
camino del verano
sin domingos
Se va sin detenerse
invadida de extrañas
memorias
comienza a andar a la
inversa
una mujer”
(T.C., Vértice del círculo, 1987).
-0-
Soledad,
pueblo en la costa crinoquense del estado Anzoátegui situando, lo arrulla un
rosario de hermosas circunstancias, desde su nombre, Yacente en una levemente
inclinada planicie; en lo alto del declive, en lontananza se observa un cerrado
verdor, parecieran bosques; en la parte opuesta el Orinoco sus orillas moja; el
muy pálido azul de los cielos de Guayana en el verano lo envuelve. Conforman la
parte vieja de la pequeña urbe dos o tres plazas a las cuales llegan las
antiguas calles flanqueadas por casas construidas con dignidad arquitectónica,
gallarda, encantadora, rasgo de las edificaciones domésticas de los poblados
históricos de Venezuela. Pueblo nada tosco en los sectores originarios de su
urbanismo. por el contrario sosegado, amurallado por la venustez de su
conformación plástica.
Cruzan por sobre sus techos las cálidas brisas
provenientes de las selvas de la Orinoquia, uncida a ellas corretea también, a veces, la tristeza, dicen. Allí,
un día de 1970 –hasta la eternidad- Teresa Coraspe nace. Heredará su escritura
lírica el aboliendo de ese afectivo entorno geográfico, la pulchritudo
maiestatis de su paisaje el cual luego, desde dentro, mostrará en voces, en
canto, la ódica de su existencia revelada en las estrofas de sus seis poemarios
publicados hasta el presente. Incrementará ese tesoro emotivo, obviamente, a lo
largo de su deambular por los parajes de los días con sus lecturas, su pasión
por los saberes de los múltiples rostros de lo artístico, con su incesante
pensar, más por sobre lo dicho, con la vida misma.
Hay,
empero, otra soledad. Compuso Safo de Mitilene (S. VI a. C.) –“Safo, de trenzas
violeta, pura Safo de dulce sonrisa”, Alceo- en su gratísima, fértil, isla de
Lesbos arropada por las auras del Mar Egeo, un patético poema –“al son de la
flauta de Lesbos Aquíloco- donde rima en sorprendentes versos cortos (la
estructura estrófica inventada por ella, después llamada sáfico-adónica) el
patetismo de una mujer sola en su lecho mientras transcurren las horas de la
noche,
"Έχουν σίγουρα κρυμμένο φεγγάρι
και οι Πλειάδες.
Τα μεσάνυχτα, στη συνέχεια,
αφήστε ώρες,
αλλά εγώ, μόνος, κοιμάμαι ".
Traduzco:
“Se han ocultado ciertamente la Luna
y las Pléyades.
Medianoche entonces,
se marchan las horas,
pero yo, sola, duermo”.
Vigoriza,
definitivamente, la solicitud los cantos. Aguardar las
noches, sola en su cama una mujer -¡una mujer!- ha sido tema desde la
literatura hasta el cine.
Aunque
conocedora de la ódica de Safo, en la composición siguiente de Teresa Coraspe,
no hay influencia sino esa coincidencia existencial o tal vez fabularía.
“Tejo y destejo cual
Penélope a la espera de Odiseo
sólo que yo no espero a
nadie
sino el amanecer frio y
sin voces
donde el recuerdo enhebra
las edades
y da cuenta de las cosas
idas que ya nunca más vuelven
Tejo y destejo la
madrugada”
(T.C., La casa sin
puertas,2004).
Reposa la
elocución lírica de Teresa Coraspe en seis libros publicados hasta el presente
(2001); versos, estrofas, composiciones depositarias de su pulchiritudo
cantici. Concebidos en Ciudad Bolívar, valga decir en el extremo sur del
País, muy lejos de las metrópolis posesoras de sus grandes instituciones
culturales: de Universidades, bibliotecas, librerías, museos de arte,
galerías, enormes teatros, cinematecas, complejos talleres de impresión;
distante pues de Caracas, Maracaibo, Mérida.
Dificultades objetivas
transformadas paradójicamente en piedras de toque para probar su talento
creativo. Autora Teresa Coraspe de una poesía sugestiva en su densidad
existencial, de pensamiento, de vivencialidad. Trabajados sus opúsculos con
responsabilidad ante la tradición humanística venezolana, con dedicación en la
escogencia con tino de los vocablos adecuados para el fluir de sus
sentimientos. Escritura dignísima donde se graba un acontecer de la condición
humana, la melancolía, la maestitia.
“Hoy amaneció la tristeza
Me acompañó por la ciudad
La sentí como una delgada
luz plateada
Y era azul el sentir
Mágica montaña que no se
logra alcanzar
Allí estabas con una
incomprensible alegría.
Con la nostalgia de mi
ser
la delgada luz de plata
en mi interior
y el mágico azul de mi
sentir me despedí”.
(T.C., Este silencio, siempre, 1991).
Podría
asumir acaso Teresa Coraspe, en el horizonte de su actual temporalidad, la
frase de Cicerón acie mentis dispicio
(“Veo con la agudeza de los ojos del espíritu”).
En fin,
sólo la poesía salva a sus feligreses, a sus feligresas, cuando son verdaderos,
auténticos, cuando la dignifican.
Por Lubio Cardozo, poeta ambientalista venezolano
Un poema del libro: TANTA NADA PARA TANTO INFIERNO.
ANTIGUO ESPLENDOR
teresa coraspe
I
ahí había vivido, crecido, amado.
Mis antepasados vivieron y murieron. Las paredes
Mis antepasados vivieron y murieron. Las paredes
hablan en silencio; aún puedo oir el eco de
lejanas voces;
hoy recorro cada lugar desdibujado con un grito
apretado a mi espalda.
Todos han muerto me repiten los árboles
secándose ante un sol sin clemencia
todos han muerto me dicen las campanas
de la Iglesia cercana;
todos han muerto y mis pasos resuenan
sobre el polvo de alfombras deshechas.
Los habitantes ya no existen;
los espejos son espectros de imágenes llorosas.
Yo camino,
piso descalza el polvo desleído del tiempo;
piso descalza el filo del olvido;
piso descalza una lágrima apretada entre mis ojos;
piso descalza el pico agresivo del cuervo y avanzo
Voy reconstruyendo cada rincón desdibujado
voy colocando las flores secas sobre floreros rotos;
voy sacando del fondo del vacío rostros de seres
que no olvido;
voy quitando telarañas, polvo seco desleído
de las honduras que ya son tristeza.
La casa me persigue como un fantasma sonámbulo
Abuela siempre vivió a la orilla del río.
Madre jamás estuvo más de dos años en ningún lugar.
Madre jamás estuvo más de dos años en ningún lugar.
Yo no tengo recuerdos
La memoria de la vieja casa
es la historia de un
que será real dentro de otro tiempo
Sigo tejiendo telarañas para el olvido
sigo pisando descalza la cabeza del cuervo;
los rostros de un daguerrotipo me sacan la lengua.
Voy descalza a la inversa del recuerdo.
Publicado en 1994, 91 poemas, Ciudad Bolívar,Venezuela.
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