La belleza expresa
lo divino en lo sensible."
Hegel.
"privilegio del poeta que da a cada palabra su
sentido más irremplazable, porque refiere cada palabra a su propio destino
espiritual."
Álbert Béguin
Cuando el poeta en sus versos expone su idea de poesía
obviamente ilumina, cual un relámpago, lo más sagrado de la aventura de su
existencia escritural. Señala, así mismo, las rutas para cruzar por el secreto de
sus odas. Puede dicho ámbito lírico ser obscuro de claridad o poseer el fulgor
de la más cerrada noche. Tiende entonces las manos de las voces y sin
proponérselo necesariamente reta, el vidente. Revela la idea de poesía en el
cantor -explícita o implícitamente- su creación, valga decir un corpus verbal
nacido de su entraña espiritual, nuevo. Descansa el fundamento de su
originalidad en la arquitectónica de sus pensamientos ensamblados mediante la
rítmica, la musicalidad, todo ello inmerso en su personal concepción (del
misterio) de la genuina roca de la belleza, de lo kállos, elaborado con
escogidas (a veces muy amadas) palabras, sermo nobilis. Un sentimiento, en fin,
dejado entre sus estrofas explícito o implícito, esta última modalidad
expresiva exige, con respecto a la idea de poesía, un mayor esfuerzo
intelectual por parte del estudioso o del lector interesado en el asunto.
En el poema -o en el poemario- la idea de poesía un rasgo
aportativo descubre, novísimo, enriquecedor de la poesis. Si un viejo lector de poesía al final de
su lata experiencia quisiera recogerlos (a esos rasgos) todos y
conformar con ellos una libros de cantos; I, Paraíso edificado" (dieciocho
cantos); II, Paraíso habitado" (quince cantos); III, "Paraíso
desatado" (doce cantos).
I
"¡He
allí, pues, los vivientes dominios de la provincia estelar donde fui
aposentado!" (p. 19).
Habla por la voz del poeta la tierra en "Paraíso
edificado". Atrevida hipóstasis. Sólo mediante la fuerza tremenda de la
poesía puede el trovador hipostasiarse en la tierra del Huevo Mundo, ser la
palabra trascendental, al través de los rieles de una alta musicalidad -pathos
músicas- para decir a los cuatro vientos la plenitud de la realidad de
"las regiones equinocciales del Nuevo Continente" (Humboldt), ello
únicamente posible mediante la liberación plena de la creatividad lírica. Sobre
la verde piel de esta geografía el bardo describiendo va en armoniosos versos
la historia natural y existencial de los territorios, desde los pobladores
originarios.
'•En aquel
tiempo, oidme, los hermanos más puros de mi sangre descendían felices de las
verdes colinas tumultuosas, y en el hombro traían herramientas brillantes,
olorosas aún a piel alta de la tierra, a anunciación del día (p. 11).
Recorre el
poeta, entremezclando planos temporales Con sorprendente ludismo, el país amado
por el sol. Expone, a la manera de Andrés Bello en LA AGRICULTURA DE LA ZONA
TORRIDA, los frutos de la huerta,
"La
guanábana encendía
vaga luz de transparentes
ámbitos nutricios, y la pina ceñuda
-trofeo de las armaduras vegetales-
erizaba con zumos de sus lunas
secretas volcánico escalofrío” (p. 2l).
De las
flores,
”Aquí la
carne del malabar espumoso, y de la azucena de piel rubia o de céfiro o como la
novia que desplega su axila...” (p. 30).
Quedan
registradas en su pluma las neblinosas montañas, los asoleados cerros, los
copiosos bosques, en fin. Después la fatalidad histórica de la llegada de los
malditos conquistadores españoles a quienes el escritor engloba bajo un solo
nominativo» ”E1 Forastero” -”y vimos la nube avanzadora del
caballo / penetrar en el reino de los árboles, / como una cálida invasión de
temeraria espuma” (p. 23). Va enfocado todo cuanto sigue en un conjunto de
múltiples reflexiones, siempre dentro del tronar de la poesía y de su
musicalidad magnífica, sobre el mestizaje y los pueblos nacidos a partir de
allí e inmersos en el mismo paisaje. No escapa a esta angustia existen- cial
del vate su saga familiar enclavada en la provincia de Los Andes venezolanos de
donde Beroes provenía. Pues bien, ello la edificación de un orbe constituyó,
por eso tal vez el nombre de esta primera parte de libro, ”Paraíso edificado”.
”Puedo ser, ¡pueblo mío desterrado de las consagraciones
terrestres!, el que te acompaña y muere de tu larga agonía, o el que se despide
y te deja en palabras el recuerdo de sus dichas mortales” (p. 44)*
II
Sólo -un
poeta, mas con el talento artístico de Juan Beroes, pudo lograr alcanzar con la
presencia semántica de la musicalidad de sus estrofas la esencia del espíritu
de la tierra, de la diosa Gea, gran theá madre de la existencia, en el
límite extremo de Occidente donde el sol de pone, en la singular región de Los
Andes venezolanos.
”Pero, aún viven en la tibia
montaña al poniente los signos que ampararon mi mortal crecimiento” (p. 59)»
En ese
entorno maravilloso donde aún el verdor no ha perecido, donde muchos de sus
entes conservan frescos los rasgos virginales del origen, la segunda parte del
libro se explicita. Canta ahora el trovador su infancia en medio de las
sorprendentes realidades vistas con los ojos de esa edad* En sus remembranzas
los sublimes momentos articulados de ese ámbito luminoso recorre. Dedica los
primeros espacios del recuerdo a la "Ama", la mujer quien cuidó de su
niñez.
”-0h, Ama entre cánticos, dueña de
las infantiles soledades:
yo te he visto apartar mi muerte
primera,
con tu mano que ascendía victoriosa
hacia el corazón de las frescas montañas!"
(p. 58).
Plena con
la memoria cual relámpagos mnémicos e ilumina el bardo este ahora "Paraíso
habitado". Escibe Heidegger en un hermoso libros "El recuerdo
auténtico debe profundizar siempre lo recordado, es decir, hacerlo salir de
nuevo, progresivamente, en su posibilidad más íntima" (2). Mas esta
afirmación en otra de sus tesis se enriqueces "Por eso, la poesía es el
agua que a veces corre hacia atrás, hacia la fuente, hacia el pensamiento como
recuerdo (...). Toda acción poética brota de la meditación del recuerdo"
(3)* Adquieren entonces vida eterna, o en otras palabras aliento poético, en
esta segunda parte del poemario la casa de la infancia con todos sus recovecos
misteriosos, los pájaros en el centro de aquel verdor, el arribo del verano o
de las lluvias, el azaroso incendio de los alrededores, el cruce por los
caminos de hombres armados a caballo provenientes de las pequeñas guerras
locales, la furiosa tempestad, la madre, el abuelo; luego el advenimiento del
final de la adolescencia acompañado de la salida de la casa materna, el
autoexilio de aquel paraíso impulsado por el reto de la aventura del futuro,
al encuentro con un destino.
"Alcancé mi juventud en
días semejantes a las verdes mañanas con césped visitado por delgadas
sombrillas, y grabé en las maderas de mi corazón abundante:
-Madre, solo voy con mi gozo,
¡aconséjame!" (p. 63)*
III
Marcha el poeta al hallazgo del azar, del hado; deja
atrás el habitado paraíso de su infancia para tomar el derrotero del laberinto
de la vida adulta. Lleva en la alforja de su esperanza sólo sus versos y sus
ojos, su amor a la existencia sin desconocer las complejidades, a veces
terribles, dolorosas, en otras amables, dulces, de la realidad cuando ya se
transita en solitario. Anda ahora sobre la parda tierra de lo por él llamado el
'‘Paraíso desatado". Iluminando van sus musicales estrofas los múltiples
caminos de la obscuridad del caos. Cual relámpagos sus composiciones alumbran
los ámbitos de la oportunidad de vagar sobre la piel del tiempo, de su temporalidad.
Riquísimos encuentros, angustiantes desasosiegos, cada uno fijado en la eternidad
de sus cantos.
"-Mas,
siéntate a la sombra de tu eterno poema, y en la voz de un instante, una tarde
del tiempo, caerse los verás de su triste soberbia" (p. 70).
Significa "Paraíso desatado" la peregrinación
del vidente por el espacio extendido desde su extrañamiento de la casa materna
hasta el lindero de la muerte. Constituyen sus sonoras estrofas exorcismos
contra (y testimonios de) los males de los hombres, sus compañeros de errancia;
conjura con su ódica al destino, sus sorpresas, sus trampas, sus abismos. Pese
a la grandeza de la poesía ella sin embargo suficiente no es para cruzar el
océano de la soledad del bardo entre los escollos de los misterios, de los
retos inaplazables, de los vacíos del alma. Vuelva entonces su rostro a Dios
cual esperanza intangible, ante el férreo limite del deceso. La ilusión, la
fantasía, el tibio topos de la casa materna ya han dejado de ser, por
eso el título del poemario, Los deshabitados paraísos. Yacen entretanto
las cosas, las personas, los paisajes, en verdad, pero en medio de una dura
nada. Muere el alma a veces mas la corporalidad pervive alimentada por el
semidulce elíxir de la tristeza. Revela ello uno de los designios del sabio, en
el estar, en el permanecer, la soledosa vía.
"Os
invito a lamentar en la región de mis deshabitados paraísos, porque aquí ya no
hay piedra qüe sostenga estos muros,
ni muros que convoquen a batalla de arcángeles, ni
arcángeles humanos que con su aliento disipen las obscuras invasiones del cielo
desatado" (p. 87).
IV
Si el poemario con una invocación abrió el triple
conjunto de los cantos, después de éstos cierra con una larga oración de
súplicas por las culpas propias y las ajenas de su entorno epocal. Ha recorrido
ya el trovador un largo trecho de su contemporaneidad. Portaba en su corazón y
en su boca la poesía -la poesis- cual singular ofrenda posible por parte
de él a los otros. Halló a cambio de esa dádiva el desasosiego, vanidad,
falsedad, la libertad ensangrentada, "aves huracanadas" (p. 90), en fin. ¿Qué queda? ¿Cuál es el sendero? Alberga entonces Dios la
última posibilidad, a Él se dirige y le entrega su contrición.
"¡Oh,
hijo del aliento de Dios!, Dios mismo en mi bocas contúrbame a las puertas de tu
rostro cambiante, porque vanidoso fui en los tiempos de la primera sangre y no
escuchó, y no vi, y me alumbró las entrañas con fuego de falsedades y humo que
embelesó mi cabeza" (p. 89).
Solicita de
Dios no solamente el perdón sino la purificación de su espíritu cual simple
manera de poder encontrarse, de salvarse él y su entañable heredad, su poesía.
Hubiera dolido infinitamente perderse en la verdadera selva -silva vitae-,
la vida; y tal vez peor aún arrastrar en la caída, al fango de las
incertidumbres, sus versos, su ódica. Reclama con voz consternada, con base a
su legítima pequeña historia de existencia, la bienaventuranza eterna para él y
para su lírica por cuanto en su poesis va la mitad, o más, de su
espíritu. Los cuarenta y cinco cantos de Los deshabitados paraísos hacia
ese final apuntan. Pervive el poeta auténtico mucho más en su obra y mucho
menos en el vanidoso acontecer de sus pasos por los días. Debe incluir, pues,
en la frágil canoa de la salvación también su trova, si no naufragará irremediablemente
en el infierno de la pena.
¡Cierra, en
fin, oh Padre de la luz, con tu mano inmensa que habrá de perdonarme,
estas creaciones violentas... estas obscuras palabras
mías! (p. 9l)*
V
Entraña el presente escrito sólo, y apenas, un "ver”
Los deshabitados paraísos. ¿Qué vislumbra el sentido profundo de ese libro?
¿Podrá algún agudo lector dar con ello? Vale bien, no obstante, el difícil
viaje por el bosque de la palabra encantada de esos poemas. Te invito, lector.
Lubio Cardozo, poeta ambientalista venezolano
=0=
NOTAS:
·Juan
Beroes, Los deshabitados paraísos. Caracas, Tip. Vargas, 1967* 91
P»
·Martin
Heidegger, Kant y el problema de la metafísica. México, Pondo de Cultura
Económica, 199^- P* 19^*
·M.
Heidegger, ;.Qué significa pensar? Madrid, Trotta, 2005. P. 22*
Postdatum: El epígrafe pertenece a la página 42 del mencionado poemario de
Juan
Beroes
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