No es solo una pregunta científica.
Es una interrogante filosófica, existencial, y sobre todo, urgente.
El ambiente ya no es lo que fue.
Ni será lo que esperábamos.
El clima muta en silencio, las especies huyen como exiliadas, los bosques caen uno a uno como si fueran los guerreros que van en la primera linea de batalla. Y nosotros, los humanos, seguimos desconectados… atrapados en un laberinto de consumo, cemento y pantallas.
El devenir del ambiente —ese fluir profundo, natural y milenario— ya no responde únicamente a los ciclos de la Tierra.
Ahora obedece a la mano impaciente del hombre.
Ya no es Gaia la que dicta el ritmo, sino una humanidad que, creyéndose centro del universo, ha roto los pactos sagrados con la vida.
Y no se trata de errores aislados.
Hablamos de decisiones estructurales:
Guerras libradas por el control de combustibles fósiles.
Gobiernos que miden el éxito por el crecimiento económico, no por la salud del planeta.
Sociedades que convirtieron el aire en mercancía, el agua en recurso y la tierra en objeto de especulación.
Hemos hecho de la Tierra un mercado.
Hemos cambiado árboles por cifras, ríos por rutas logísticas, y aves por drones.
Pero aún podemos elegir.
En vez de seguir oscuramente hacia el colapso —como una nave ciega que olvida su estrella—, podemos recuperar el rumbo, reorientar el devenir.
Volver a mirar hacia el cielo.
No con arrogancia, sino con humildad.
Reconociendo al Sol como fuente de la fotosíntesis, de la vida, como símbolo de regeneración, como esperanza luminosa frente a la sombra que hemos creado.
El devenir del ambiente no está escrito en piedra.
Está vivo. Se mueve. Y puede ser reescrito.
Por eso, esta pregunta no solo nos interpela… nos convoca.
¿Seguiremos olvidando al Sol?
¿O aprenderemos a caminar hacia él?
Lubio Lenin Cardozo