El tema se ha complejizado tanto, que los distintos saberes se han obligado a converger, para dar salidas, respuestas a una única preocupación, que es la de salvar el planeta. Dando paso así, a la construcción de un nuevo lenguaje, el nuevo lenguaje de las ciencias, el lenguaje ambientalista. Saberes como la biología, botánica, zoología, ecología, taxonomía, geografía, geología, astronomía, oceanografía, meteorología, hidrología, medicina, antropología, sociología, filosofía, entre otros, se han unido para hablar el lenguaje del siglo XXI.
El reto es aprenderlo y transferirlo, enseñarlo, hacernos unos misioneros de esta nueva lengua, hacer de esta causa un apostolado y predicar, con todos los medios que dispongamos, la profundidad de cada una de sus palabras. Es el último evangelio, la última oportunidad para unir esfuerzos y parar los desequilibrios ambientales que hemos estado produciendo a lo largo del siglo XX y lo que va de este.
Ya no hay forma de ignorar la realidad ambiental del planeta Tierra. La misma madre Tierra se ha encargado de cobrarnos con creces nuestra indiferencia, nuestro sobre consumo, nuestra acción depredadora y egocéntrica. Cada vez estamos más solos, con menos oportunidades para soñar sobre un futuro que hemos estado condenando a muerte mucho antes de llegar. Aprendamos entonces el lenguaje de la vida, de la armonía, del equilibrio, de la ponderación, de la convivencia, del reconocimiento a la existencia de los otros seres vivientes. Es el lenguaje más puro, sincero, creador, sin matices ideológicos de esta etapa de la humanidad, que nos permitirá ponernos de acuerdo, para ser asertivos, para no fallar en los diagnósticos, y no improvisar en las acciones. El lenguaje ambientalista, es el lenguaje supremo.
El reto es aprenderlo y transferirlo, enseñarlo, hacernos unos misioneros de esta nueva lengua, hacer de esta causa un apostolado y predicar, con todos los medios que dispongamos, la profundidad de cada una de sus palabras. Es el último evangelio, la última oportunidad para unir esfuerzos y parar los desequilibrios ambientales que hemos estado produciendo a lo largo del siglo XX y lo que va de este.
Ya no hay forma de ignorar la realidad ambiental del planeta Tierra. La misma madre Tierra se ha encargado de cobrarnos con creces nuestra indiferencia, nuestro sobre consumo, nuestra acción depredadora y egocéntrica. Cada vez estamos más solos, con menos oportunidades para soñar sobre un futuro que hemos estado condenando a muerte mucho antes de llegar. Aprendamos entonces el lenguaje de la vida, de la armonía, del equilibrio, de la ponderación, de la convivencia, del reconocimiento a la existencia de los otros seres vivientes. Es el lenguaje más puro, sincero, creador, sin matices ideológicos de esta etapa de la humanidad, que nos permitirá ponernos de acuerdo, para ser asertivos, para no fallar en los diagnósticos, y no improvisar en las acciones. El lenguaje ambientalista, es el lenguaje supremo.
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