lunes, 11 de junio de 2012
METAECOLOGÍA. Andrés Bello – Alejandro de Humboldt: los creadores del sentimiento ecológico en el nuevo mundo.
El primer poeta lírico nacido en Hispanoamérica quien celebra en sus versos, con orgulloso entusiasmo, el paisaje del Nuevo Mundo se llama Andrés Bello (Caracas, 1781- Santiago de Chile, 1865). Vivió Bello veintinueve años en Caracas, en sus aledaños, inclusive incursionó hasta los valles de Aragua. Amigo de la sabiduría, estudió en esos años gramática latina, castellano, literaturas clásicas; junto a estos conocimientos humanísticos indagó también en la botánica, en la geografía de su entorno. Amicus arborum, dejó vigorosos testimonios de amor por su ámbito vegetal: a un pequeño río situado al norte de la ciudad, fluyente entre haciendas y bosques, el Anauco – quedan hoy de él apenas el nombre de un puente, un hilo de aguas negras y el poema de Bello-, le hizo una hermosa composición imbricada de referencias helenísiticas, de la cual se copian para los lectores quince versos,
(…)
“Tú, verde y apacible
ribera del Anauco,
para mi más alegre
que los bosques idalios
y las vegas hermosas
de la plácida Páfos,
resonarás continuo
en mis humildes cantos;
y cuando ya mi sombra
sobre el funesto barco
visite del Erebo
los valles solitarios,
en tus umbrías selvas
y retirerados antros
erraré cual un día,”
(…)
(A. Bello, EL ANAUCO. En: Poesías. Caracas, 1981. pp. 5-6).
Escribió asímismo en su etapa caraqueña su célebre soneto “MIS DESEOS” donde por primera vez en la lírica venezolana dos emblemáticos árboles, muy peculiares por sus tallos, el cocotero junto al sauce aparecen, de igual modo la región nominada por siempre Aragua. En Venezuela dos especies de la familia de las Salicaceae hay, el conocido en el sermo ruralis sauce llorón (Salix babylonica L.) traido al País durante el gobierno de Guzmán Blanco, y el nativo, el sauce común (Salix humboldtiana); el expresivo cocotero, de la familia Palmas Arecaceae, simpática bandera verdeamarilla de los trópicos enriquece la acuarela fijada en los versos de Bello,
(…)
“De Aragua a las orillas un distrito
que me tribute fáciles manjares,
do vecino a mis rústicos hogares
entre peñascos corra un arroyito.
Para acogerme en el calor estivo
que tenga una arboleda también quiero,
do crezca junto al sauce el coco altivo.”
(A.Bello, “MIS DESEOS”. En: Poesías. Caracas, 1981. p. 7)
Puede decirse lo mismo de su pequeña composición en romance octosilábico rotulada “A UN SAMÁN”. A este gigante de la flora del Continente verde, de “las regiones esquinocciales” humboldtianas, Bello lo inmortaliza al insertarlo por primera vez en el lenguaje de la ódica del Nuevo Mundo. Emblematiza este inmenso Pithecellobium samán (Leguiminosae Mimosaceae) con su colosal fronda las planicies cálidas del occidente del País, hoy árbol de las simbología institucional del estado Aragua.
(…)
“Extiende, samán tus ramas
sin temor al hado fiero,
y que tu sombra amigable
al caminante proteja.”
(A.Bello, “A UN SAMÁN”. En: Poesías. Caracas, 1981. p. 32).
“Al salir del pueblo de Turmero, a una legua de distancia, se descubre un objeto que se presenta en el horizonte… No es una colina ni un grupo de árboles muy juntos, sino un solo árbol, el famoso Samán de Güeré, conocido en toda la provincia por la enorme extensión de sus ramas que forman una copa hemisférica de 576 pies de circunsferencia. El Samán una vistosa especie de Mimosa, cuyos brazos tortuosos se dividen por bifurcación. Su follaje tenue y delicado se destaca agradablemente sobre el azul del cielo. Largo tiempo nos detuvimos debajo de esa bóveda vegetal”…
(Alejandro de Humboldt, Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente. Caracas, Monte Ávila Editores, 1985. t. III, p. 87).
Viajó Bello a Londres en 1810 en una misión diplomática, junto con Bolivar, relacionada con el proyecto independentista de los venezolanos. Nunca más a su País retornaria. ¿Se conocieron Bello y Humboldt en el breve ínterin de este último en Caracas? Sólo hay conjeturas al respecto sin apoyo historiográfico, más en la historia posible ello ha debido suceder. La expedición organizada por el naturalista, geólogo, botánico, astrónomo Alejandro de Humboldt (Berlín: 1769-1859) y el médico, botánico Aimé Bonpland (La Rochelle, Francia, 1773 – Uruguay, 1858) llegó al puerto de Cumaná en la desembocadura del río Manzanares el 16 de julio de 1799: Emprendian, pues, desde Venezuela estos dos grandes varones de la ciencia la primera gran exploración por el conocimiento riguroso de la naturaleza del Nuevo Mundo, con su posterior corolario de la honda repercusiónen la transformación de la mineralogía, geografía, geodesia, astronomía, zoología, botánica, cosmología, entre otras. Así describe Humboldt su profunda emoción al contemplar por primera vez el verdor del Nuevo Continente.
“Habiamos llegado al fondeadero, frente a la embocadura del río Manzanares,
el 16 de julio, al despuntar el día más no pudimos desembarcar sino muy tarde de la mañana, porque estábamos obligados a aguardar la visita de los oficiales del puerto. Se fijaban nuestras miradas en los grupos de cocoteros que ribeteaban la costa, cuyos troncos de más de sesenta pies de altura dominaban del paisaje. La planicie estaba cubierta de conjuntos de Casias, Cápparis y de esas mimosas arborescentes que, semejantes al pino de Italia, extienden sus brazos en forma de quitasol. Las hojas pinadas de la palmeras se destacaban sobre el azul del cielo cuya pureza ningún vestigio de vapores enturbiaba. Subía el Sol rápidamente hacia el zenit. Difundíase una luz deslumbradora por el aire, por colinas blanquecinas tapizadas de Nopales cilíndircos, y por un mar siempre sosegado, cuyas riberas están pobladas de alcatraces, de garzas, flamencos. Lo brillante del día, el vigor de los colores vegetales, la forma de las plantas, el variado plumaje de las aves, todo anunciaba el carácter prominente de la naturaleza en las regiones ecuatoriales.”
(A. de Humboldt, op. cit, t. I. p. 377).
El 21 de noviembre de ese año, “por la tarde”, arribarían a Caracas donde permanecerían escasos dos meses.
“Dos meses pasé en Caracas. Habitábamos el Sr. Bonpland y yo en una casa grande casi aislada, en la parte más elevada de la ciudad. Desde lo alto de una galería podíamos divisar a un tiempo la cúspide de la Silla, la cresta dentada de Galipán y el risueño valle del Guaire, cuyo rico cultivo contrasta con al sombría cortina de las montañas en derrador. Era la estación de la sequía.”
(A.De Humboldt, Op. Cit; t. II, p. 329).
La ruta de Humboldt-Bonpland por el territorio de la Provincia de Venezuela fue la siguiente: De Caracas a los Valles del Tuy, Valles de Aragua: La Victoria, Turmero, Maracay, Valencia, Las Trincheras (aguas termales), Puerto Cabello; enrumban hacia los Llanos Centrales: Calabozo, Apure (San Fernando), conectan por el río al Orinoco (abril de 1800): San Carlos de Río Negro, Caño Casiquiare, Descendieron por el Orinoco hasta Angostura (hoy Ciudad Bolívar), tomaron luego el camino llanero para El Pao hasta Barcelona, de allí otra vez a Cumaná. Desde este puerto se embarcaron rumbo a la Habana.
“Habíamos pasado 16 meses en estas costas y en el interior de Venezuela. (…) Nos separamos de nuestros amigos de Cumaná el 16 de noviembre (de 1800)… La noche era fresca y deliciosa. Y no fue sin emoción que vimos por última vez el disco de la Luna iluminar la copa de los cocoteros que rodean las riberas del Manzanares.”
Dejó Humboldt en su largo recorrido de dieciseis meses (16-VII-1799 al 16-XI-1800) por el territorio venezolano fehacientes descripciones de la agricultura en ese momento de la historia, expuso con detalle los cultivos originarios: el maíz, la yuca, la papa, el cocotero, el cacao, la lechosa, las sapotáceas, las anonanéceas, la piña, la guayaba, junto a tantas otras. De las plantas exóticas, traídas por los europeos, destacó el cafeto, la caña de azúcar, algunos frutales (manzanas, duraznos, naranjas), en fin.
Señales de estos plantas sativas reveladas por el cientifico alemán renacerían después en los versos de Andrés Bello.
Revela Humboldt en su maravillosa aventura intelectual, científica, rotulada Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, por primera vez a los hispanoamericanos el esplendor, la realidad, la riqueza, la belleza, la temperie, del a tierra donde habían nacido, habitan, donde luego depositarán sus huesos: el Nuevo Continente. Por eso Bolívar en carta de 1820 define a Humboldt “el descubridor científico del Nuevo Mundo”. El Libro comenzó a editarse primero en francés a partir de 1814, ese mismo año se inicia la versión inglesa, impresa en Londres.
Esta última fue la leída por Bello durante su larga permanencia en la capital de Inglaterra. Significó este acontecimiento el encuentro existencial definitiva entre el gran poeta y el gran naturalista. Desde la brumosa lejania de Inglaterra a Bello se le reveló con dicho hallazgo la majestad natural del Nuevo Mundo intelectualmente iluminado por la intligencia y la cientificidad de Humboldt. Sólo así pudo Bello componer sus dos formidables poemas novomundanos, “ALOCUCIÓN A LA POESÍA” (1823), “LA AGRICULTURA DE LA ZONA TÓRRIDA (1826). Dos largas silvas donde por primera vez se invita a amar, cuidar, entar el espacio natural – su flora, su fauna, sus ríos, su aire, su luz, su tierra, sus mares- de la llamada por Humboldt con sorprendente precisión geodésica “la zona tórrida”, la comprendida entre el Trópico de Cáncer del hemisferio boreal, el Trópico de Capricornio del hermisferio austral, dividida por el círculo máximo del Ecuador, pero sólo el ámbito circunscrito al Nuevo Mundo.
Para los lectores de: Azul Ambientalistas se copian apenas los primeros cincuenta versos de su poema.
LA AGRICULTURA DE LA ZONA TÓRRIDA
¡Salve, fecunda zona,
que al Sol enamorado circunscribes
el vago curso, y cuanto ser se anima
en cada vario clima,
acariciada de su luz, concibes!
Tú tejes al verano su guirnalda
de granadas espigas; tú la uva
das a la hirviente cuba;
no de purpúrea fruta, o roja o gualda,
a tus florestas bellas
falta matiz alguno; y bebe en ellas
aroma mil en viento;
y greyes van sin cuento
paciendo tu verdura, desde el Llano
que tiene por lindero el horizonte,
hasta el erguido monte,
de inaccesible nieve siempre cano.
Tú das la caña hermosa,
de do la miel se acendra,
por quien desdeña el mundo los panales;
tú en urnas de coral cuajas la almendra
que en la espumante jícara rebosa;
bulle carmín viviente en tus nopales,
que afrenta fuera al murice de Tiro;
y de tu añil la tinta generosa
émula es de la lumbre del zafiro.
El vino es tuyo, que la herida agave
para los hijos vierte
del Anahuac feliz; y la hoja es tuya,
que, cuando de süave
humo en espiras vagorosas huya
solazará el fastidio al ocio inerte.
(…)
Para tus hijos la procera palma
su vario feudo cría,
y el ananás sazona su ambrosía;
su blanco pan la yuca;
sus rubias pomas la patata educa;
y el algodón despliega el aura leve
las rosas de oro y el vellón de nieve.
Tendida para ti la fresca parcha
En enramadas de verdor lozano
cuelga de sus sarmientos trepadores
nectáreos globos y franjadas flroes;
y para ti el máiz, jefe altanero
de la espigada tribu, hincha su grano;
y para ti el banano
desmaya al peso de su dulce carga;
el banano, primero
de cuantos concedió bellos presentes
Providencia a las gentes
del ecuador feliz con mano larga.”
(…)
(A. Bello, “LA AGRICULTURA DE LA ZONA TÓRRIDA”. En: Poesías. Caracas, 1981. pp 65-69).
Lubio Cardozo, ecopoeta venezolano
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