“Con acciones gratas a los Dioses tu animo alegra,
Pues ello la mas alta de las ganancias encierra”.
Baquilides, Epinicio III.
Hay varios nombres en el sermo rurales para el arbusto y su famosa flor: “dama de noche”, se le conoce además con el de “flor de baile”, “reina de la noche”, “flor de noche”. Se han ocupado de él algunos botánicos del País. Estúdialo brevemente Henri Pittier, la nomina (por sinécdoque) “reina de la noche” en su Manual de las plantas usuales de Venezuela (Caracas, 1970. p. 359); detallada la planta con mas extensión Jesús Hoyos en su Flora tropical ornamental (Caracas, 1978. p. 82), se seleccionan al respecto algunas líneas de este texto:
“Oriunda de America tropical, esta ampliamente distribuida desde México hasta Brasil, incluyendo Las Antillas. En Venezuela crece en forma silvestre en las zonas calidas del norte del País y en forma de cultivo en patios y jardines urbanos. (…) Flores blancas, grandes, vistosas, fragantes, las cuales se abren al caer la tarde. Poseen un largo tubo floral de 14 a 30 cm de largo, con el cual se proyectan por encima y hacia fuera del margen de las ramas.”
Pertenece a la familia de las Cactáceas, su termino científico: Epiphyllum oxypetalum. Deben descartarse de este panorama expositivo dos conocidas Soanaceae: “dama de día” (Cestrum diurnum), “damita de noche” (Cestrum nocturnum), ambas así mismo de flores gratamente olorosas.
¿Qué es lo órfico en la lírica? Significa lo órfico en el poema la música de lo recóndito portadora de sabiduría proveniente del “sentido interno (Kant), de “lo sabido”, del “ver” anticipador, de la anamnesis escapada de la noche de la existencia. Saca esta singular melopeya a la penumbra la reveladora armonía de la oculta sapiente belleza – kalosofia- situada mas allá de la patente verdad de la faz de la naturaleza (del phainein physeos). Carga en su seno lo órfico una densa musicalidad impregnante de los vocablos de los versos, ello nunca su absoluto devela más si deja oír su opaco retumbar lejano. Poetiza el trovador órfico, aunque a veces no se perciba así, desde el borde mismo de la muerte (intelectualizada), no real) mas mirando hacia la vida.
De cara, pues, a la ventura al borde del abismo (conceptualizado), sintiendo en la nuca el espeso aliento emanado de la inmensa boca del dragón de la Nada. Arriban dichos sonidos al alma, nutren los sentimientos, corporizan las voces. Conmueven cuando van mas allá, se transmutan en estrofas cuyos vocablos solo arrastran palpitos, emociones transfiguradas para capturar en ritmos pensantes, en sabia melodía, con turbadora certitud, los distantes repiques de las campanas del sobrecogimiento, el retumbar de las oxidadas puertas de hierro de lo arcano. Alcanza, por ello, la poesía órfica – en cualquier breve, posible, instante-alguna latitud de lo sacro.
En la literatura lo órfico en ningún momento estriba en un culto exterior estético o en una oferta misterica a la cual se va en su búsqueda, no: pertenece lo órfico a la condición innata de algunos poetas, una invitación venida desde dentro de la creatividad misma del bardo, la cual se asume o se desecha.
Podría conceptualizarse lo órfico ya en la mera composición mediante la Idea de la pulchritudo obscura en su decir poético (la belleza secreta, oculta, difícil).
Pone Platón en boca de Sócrates, en su dialogo Hipias Mayor, este final axiomático: “Las cosas bellas son difíciles”. (México, Porrua, 1972. p. 247). Denota la primera condición de la pulchritudo obscura la libertad, absoluta, del pensar.
Al emerger, plasmarse, en la escritura la voz interior del poeta lo hace a través de una urdimbre de versos cuyo sentido resulta opaco el lector, este entonces indaga en su ilustración, cogita, contempla. Los vocablos por la vía de esa musicalidad emánate del retumbar de los bonces del misterio, reflejan en su camino a la vislumbre feraces sentimientos espirituales artísticos, reminiscencias del desolvido, señales originadas de los sueños irrumpientes en la vigilia (“A su alrededor por aquí y por allí, imitado formas diversas, yacen sueños vagos como espigas hay en un campo de mieses”… Ovidio, Las metamorfosis. México, Porrua, 1977. p. 162).
Con estos sedimentos anímicos los planosevocados de la cantiga se conforman, el tejido de lo enigmático, de allí, de ese corpus odico, dimana lo poético. He aquí, la oda de Rosalina García,
“DAMA DE NOCHE ...
Bélico anuncio me traía
la conjunción del astro con la flor;
tan embriagante era su perfume
como acerado el brillo de la estrella.
Analfabeta de los cielos,
Conjure el saber de los ancestros,
Oculto en las ruinas de las selvas.
Uno de ellos me dejo esta daga.”
Dota la primera estrofa de un ser a la flor de ese arbusto, extraído del horizonte de la cadencia videncial, del melos, del aroma, del “acerado brillo”, de la noche uncida a su cortejo de entes infinitos. Revela, pues, la naturaleza poética de esa presencia botánica. Descifra, mediante sus ensimismamientos contemplativos el juglar, en la segunda estrofa un “saber” de “las ruinas de las selvas”, obtenido del rostro de la estrella blanca de la flor fragante cual lagrima de la Luna (faz, advocación de la Diosa de la vida silvestre, Dea Diana). Comprende la tercera estrofa un verso solo. ¿Traduce el plano evocado de la metáfora, “daga”, el plano referente de: la palabra? ¿El don otorgado por la floresta? Al iluminar la naturaleza órfica de la “dama de noche” esta a cambio le develo mediante el sortilegio del “perfume” en la “bélica” noche de la jungla, la “daga”, la palabra, obviamente convertida en la cantiga misma, esa laude, ese aire de nocturno schubertiano, en esos ocho versos.
Orfeo –el mìtico rey, músico tracio- después de la muerte de su Euridike ya no canto mas a la alegría, a los goces con su ninfa en la floresta. Regresara Orfeo de su inútil búsqueda de la driade en el país de Hades, del reino de los muertos, del archipiélago de la Nada, solo con la memoranza de Euridike transmutada en quejumbre, apenas un pedazo de atardecer hecho de nostalgia. Esencian ahora sus cantos voces de lo recóndito, aflora un paisaje interior obscuro, profundo, enigmático, melancólico. Comenzó así en el mythos- esta dimensión de la lírica. Muy luego, ya en la visible planicie de la historia literaria en el primer gran espacio de la clasicidad, el paradigma de la poesía órfica lo representara – entre sus muchas otras virtudes escritúrales- Pindaro (circa 520-440 a JC).
Paralela (relativamente) a esta entidad composicional otra odica se escribía en el largo camino de la literatura accidental, esta por el contrario vertía en los versos la lírica exponente, reflectante, de la realidad inmediata, la circuyente del poeta, el mismo con sus sentimientos, las intimas emociones, los placeres somáticos de lo erotia, los dolores aposenianos en la psique: la naturaleza en su acepción biológica, geográfica, paisajes, los bosques, los ríos, el mar, sobre todo el Sol: la luz a la logicidad notoriamente asiste; presentes en esa misma dimensión las pasiones del humanus, los temores ante el mal, el amor inmerso en el laberinto de sus estratos (la conflictividad del eros). Siempre fiel a las percepciones de esas múltiples existencias, para ello empleo la parte de su mente más eficaz para enunciar la vida: la razón.
Portaban esas composiciones sus necesarias inherencias: la musicalidad para el afortunado manejo de los recursos expresivos artísticos del lenguaje, mas la emotividad, la afectividad, la sugestividad, pero vigilados por la lógica junto a la patética vocación por la realidad. La razón, por consiguiente, sobre el escritor había dejado caer su manto; el relámpago del rayo imperaba sobre su espíritu. Se origina así en las cantigas la Idea de la pulchritudo nítida, rationalis (la belleza transparente, levantada sobre la diáfana urdimbre disposicional de los versos).
La pulchritudo nítida, rationalis hallo en Horacio (Quintus Horatius Flaccus: 65-8 a JC) su mas esforzado exponente en el capitulo latino de la Antigüedad Clásica; se expandirá ese fulgor nacido del rayo de la razón por el Occidente del mundo, arribara a Venezuela uncido al origen de su singular poesía, la cual a su vez coincide con el advenimiento de la Patria independizada, libre autónoma, soberana. Dentro de esta concepción de la creatividad humanística Andrés Bllo se formo, constituye su obra lírica el paradigma de la pulchritudo nítida, rationalis en el Continente Latinoamericano.
Esclarecería, tal vez, esta otra dimensión de la odica la frase de un filosofo quien afirmo acerca de un aspecto en la esencia del arte: “lo real le regala al hombre el esplendor hasta entonces oculto” (M. Heidegger, Ciencia y meditación).
En esta contemporaneidad, en este espacio intelectual, los cánticos de Carlos Augusto León se ubicaran. He acá su elegía,
“LA FLOR DE BAILE ...
Yo estaba en mi tristeza
y de pronto
se abrió la “flor de baile”,
la de los largos pétalos
que estallan de blancura…
Solo una vez al año
llena toda la noche su fragancia,
muere al amanecer.
Yo estaba en mi tristeza
y me dije
que bien vale la pena vivir
para mirar cosas como esta,
aunque solo sea
una vez al año.”
La disciplina intelectual de Carlos Augusto León erigida sobre la ideología del materialismo científico engelsiano le impidió adentrar su poesía en las estancias espirituales artísticas de lo órfico, de lo enigmático, de lo oniria; mantuvo siempre sus estrofas inscritas entre los linderos de una hermosa expresión de alta sugestividad a la par de una radical transparencia, mas controlada (vigilada) por la pasión del relámpago del rayo de la lógica, sin desestima del implícito sentimiento natal.
En su libro Los dísticos profundos (Caracas, 1984. p. 64) escribe:
-...“Quisiera para el verso
la nitidez del trinco.”...-----
Sea desde la purpurina del ocaso o bien bajo el fulgor del rayo, ambos poetas con las hondas voces de su alma compusieron dos magnificas odas, muy distintas, a una misma flor de la botánica nativa, “la dama de noche”, también llamada “la flor de baile”.
Lubio Cardozo, poeta ambientalista venezolano
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