

¡Cuanta belleza y hermosura cuanta
naturaleza espléndida respira!
¡Sus canciones de amor el ave canta
y en canciones de amor rompe la lira!
Y admirada y feliz entre las galas
hacia otros mundos se transporta el alma
¡de la ilusión en las brillantes alas!
Vese una fuente en la sin par aurora
que desde lo alto audaz se precipita
y el suelo cruza que embellece Flora
¡Con sus colores que el pincel no imita!
Con fragancia de flores confundida
sube del ave la canción del suelo.
E inagotable manantial de vida
la bienhechora luz baja del
cielo.
(…)

Hay
un aspecto singular del paisaje de Mérida del cual poco se han ocupado los
amorosos del ambiente entorno de la villa, tampoco los pintores, ni los
geógrafos, ni los ecólogos, ni los botánicos. A su luz me refiero, al regocijo
de su luminosidad. Se suele identificar en el lenguaje periodístico, con fines
al comercio turístico, el territorio de los Andes merideños con la nubosidad,
la neblina, la lluvia, la fría griseidad. Aunque ese aspecto ambiental posee
presencia nunca se extiende por los meses de manera tan absoluta. Reina
magníficamente el Sol durante largos
meses por toda la provincia de Mérida. Trae por consiguiente en la plenitud de
su dominio solar el azul purísimo, la transparencia del aire, esa cálida
claridad desata la locura de los pájaros, el escándalo del verdor, se disparan
los aromas de la vegetación arrastrados por los tibios vientos. Se cambian los
nombres del día, se habla de doña mañana, doña tarde, se revela la noche cual
gran dama adornada con los pasos o fases de la luna.
Lubio Cardozo, poeta venezolano / Lenin Cardozo

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