viernes, 27 de enero de 2012
El Zamuro americano, muy feo pero el más activo ambientalista
El Zamuro (de nombre científico Coragyps atratus, el de cabeza negra) es uno de los llamados buitres americanos. Habita a lo largo y ancho del Continente Americano. Se le observa desde el norte de los Estados Unidos hasta el centro de Chile y Argentina. Igual, se le avista en algunas de las islas próximas a los continentes como Cozumel en México, Margarita en Venezuela y otras. Algunos llegan hasta las Antillas. En definitiva es un gran aviador, alcanzado alturas hasta de 2800 metros de elevación sobre el nivel del mar.
Aunque no son aves agraciadas por su colorido o canto, los zamuros cumplen una extraordinaria función en el reino animal, son los grandes limpiadores de los animales muertos y gracias a ese “estilo de vida”, son los controladores naturales de epidemias que son susceptibles de propagarse en las zonas aledañas, producto de las toxinas y bacterias que expiden los cadáveres. Una manada de Zamuros puede en horas dejar solo en los huesos a una vaca o caballo ya en estado de putrefacción. Son también los llamados reyes de los basureros, siendo los grandes procesadores de materia orgánica descompuesta de esos espacios.
Otro encanto indiscutible, es su suave volar. A pesar de su gran tamaño, son capaces de pasar horas interminables surfiando los vientos. Catapultándose a través de las corrientes termales para elevarse. Todo un espectáculo. Un arte en el mundo de las nubes.
Del poeta venezolano Lubio Cardozo en su canto al Zamuro, descubrimos las otras bondades de una de las aves más “feas” y más útil de la naturaleza:
ZAMURO
Renunció el zamuro a todos los privilegios
a cambio de tornarse invisible:
todos los ven pero nadie lo ve.
Dejó la buena carne de caza
a las águilas, los cóndores, los halcones.
No mata, espera sigilosamente el cadáver
de los moribundos.
Nadie podrá tildarlo de goloso.
Dejó los brillantes colores a las aves soberbias,
el azul cobalto a las águilas,
el rojo a los gavilanes,
el blanco a las garzas.
El escogió el negro,
más no el brillante azabache,
sino el negro opaco, sin nobleza,
abrochado por una cabeza arrugada,
un pico torpe, ojos taciturnos.
Hubiera sido el ave emblemática de Francois Villon,
de Poe, Budelaire, Rimbaud,
de los antihéroes.
Ama el Sol, desconoce la Luna.
Su elevarse no ambiciona
cual la harpía
el cenit;
disfruta él, displicente, de los vientos, del azul.
Posee sin embargo la envidiable virtud
cuando sereno en herméticas espirales vuela
escribir con esa singular caligrafía
sugestivos poemas en la pared del cielo.
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