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jueves, 10 de marzo de 2016

El pequeño libro de la Economía Circular en Latinoamérica


Cuatro generaciones de venezolanos fueron testigos de la abundancia de nuestro país producto de la renta petrolera.  Durante ese tiempo fuimos los ricos de la América Latina. Un ejemplo para el resto del  Continente: las mejores vialidades, universidades gratuitas, grandes obras civiles y construcción masiva de viviendas de interés social. Y de pronto lo inesperado, de llegar a tener ingresos de hasta 120$ por barril de petróleo ahora nos acercamos al umbral de un sostenido precio en el mercado de  25$. 

Sería mezquino responsabilizar de todo lo que está ocurriendo al gobierno actual o a los pasados, simplemente estábamos cómodos con nuestro papel de país exportador de petróleo y aunque hablábamos de sembrar el petróleo, de la independencia tecnológica, de dejar de ser un país rentista, eso no pasó más allá de las buenas ideas o de ideas bien intencionadas.

¿Pero por qué cambiar o hacer algo distinto? si estábamos en la cumbre del mejor negocio del mundo,  que como dice la máxima petrolera: ¡un negocio que aun mal administrado sigue siendo bueno!

Ahora nos encontramos en un punto de inflexión o muy cerca de él, donde el desabastecimiento de alimentos desequilibra lo político y no hay salida en el corto plazo.  Llegamos entonces a una circunstancia sin retorno, donde el cambio en nuestra manera de pensar ante los hábitos de consumo aprendido, será lo único que nos pueda mantener y ayudar a salir airosos ante esta realidad.

Como muchas propuestas que en transcurrir de nuestros buenos años llegaron sin cabida a ser escuchadas o asimiladas, seguros estamos, que el modelo de la Economía Circular, fue una de ellas.

Esta nueva economía, tiene como principio o columna vertebral, que todo tiene un valor de uso, incluso los desperdicios que desechamos a la basura.  Es decir, se parte de asumir una revalorización de lo que a lo mejor, en el pasado nos llegaba en abundancia.  Porque esa abundancia que conocimos hoy no la tenemos.

La economía circular es ante todo un concepto optimista, que ve oportunidad donde antes veíamos desperdicio. Hemos nacido y crecido en una sociedad donde desechar  se ha convertido en un hábito. La crisis económica, la carestía de los recursos y el cambio climático han abonado el terreno a este modelo que se impone por sentido común y le dice adiós a la cultura de usar y desechar.

Se trata de prolongar  la vida útil de todos los bienes que nos rodean, bien sean  transformándolos como fuente para la generación de energía, o se recomercializan, se repara, se desmonta y se refabrica. Desde la demanda, los mercados de segunda mano son habituales, impulsados por prácticas del llamado consumo colaborativo.

Ahora debemos vencer a la economía lineal que durante décadas es la responsable de pérdidas irreparables de recursos. Se necesitan sistemas eficientes para la distribución de la energía, pasando por el agua, la alimentación o el transporte.

Un interesante ejemplo de la economía circular es la creciente industria de los “Second hand shop” o comercios con ropa o bienes de “segunda mano” que se han proliferado en el mundo en las últimas décadas y  son parte de la cultura urbana.

Todos sus insumos les llegan por la vía de la donación y ellos los revalorizan y los comercializan. No solamente venden ropa usada, también zapatos,   enseres de casa, libros, CD’s, juguetes, partes de computación y artefactos eléctricos variados, etc.  Aun cuando muchas personas todavía les huyen a esta variedad de negocios porque no se pondrían algo usado, los mismos tienen cada vez más usuarios  porque además de  sus bajos precios que logran derrumbar los prejuicios, existe también un importante segmento de la población que con plena conciencia de lo que significa el despilfarro y sobreconsumo son usuarios permanentes de estas tiendas.

Este urgente e imperativo  modelo requiere un cambio de mentalidad en la sociedad: otra forma de vivir, otra escala de valores, otras costumbres en la vida diaria: volver al uso de las bicicletas para trayectos cortos, o del transporte público, o compartir el vehículo; ahorrar energía y estimular formas de consumo más responsables; reducir, re-utilizar o reciclar los residuos generados para buscar dar un uso más eficiente de esos bienes, evitando crear así desechos innecesarios y, por lo tanto, provocar un impacto positivo en el ambiente. En otras palabras: que los productos, desde su concepción, puedan tener otras vidas.

Y que todo ello, en su conjunto, genere nuevos empleos y un crecimiento económico local y real y que sea sostenible con el ambiente.

Los Autores.


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