Juan Beroes no solo por su aguda sensibilidad de poeta sino también por su densa cultura humanística siempre considero a las flores,en el escenario admirable del mundo campestre, cual las mas sublimes expresiones formales del mundo vegetal, de igual modo, equivalentes a ellas, a los pájaros sorprendentes formas de vida en el capitulo de los animales vertebrados. Ambos, además de gratos, fidedignos testigos de la pureza del ambiente.
Pequeños pero raudos los pájaros, dueños de todos los colores, delicados, con sus cantos, sus trinos, de alegres celajes con cuya algarabía celebran lo viviente en los espacios del aire, son junto a las flores prueba fehaciente de la belleza de la existencia. Pero los pájaros, igual a las flores, solo pueden vivir en los espacios puros, libres de contaminación, lejos de las chimeneas de las fabricas, huyen del humo toxico producto de la industrialización irresponsable.
Juegan los pájaros con la brisa, cruzan cual aligeras flechas al través del viento, enamoran a las flores con sus trinos, mas huyen llenos de terror, desaparecen en los escondrijos de la lejanía cuando arriban los enemigos del bosque, los irracionales arboricidas, odiosos negadores de lo mas hermoso del Planeta Azul.
Un excepcional muestra de amor del poeta Juan Beroes (San Cristóbal, 1914-Caracas, 1975) por la vida silvestre y por sus eximios representes, los pájaros, es el siguiente poema
ALADA ESTACIÓN
Un canto para vosotros, alados descubridores del cielo,
pues con vuestras acordadas gargantas
acalláis el rumor de los vibrantes trópicos,
y luego vais sobre emplumados cantos
a posaros dichosos en los apacibles rincones del viento.
Nombro, entonces, al canario de las venas de oro,
Porque en la ventana de mi abierta infancia
colgaba sus cordajes de sol,
su rutilante moneda;
y al jovial cucarachero que desde los pórticos del verano
me decía: buenas tardes,
y hurtaba pajas al dorado crespulo
para hilvanar el nido, como caliente soplo de gorjeos.
Hago mención del bizarro carpintero,
decorador de su redondo nombre
en la pared de las cortezas vegetales;
y tambien del angelico azulejo
- color de ojos de niña -,
Y del turpial enarbolado
que con ramillas de su voz silbante
dispersa las ondas del calor invisible.
Aquí yo fijo al colibrí ondulante
en su rumor de loco terciopelo;
y al pielerito arisco,
bebedor de sol en cuencos de la aurora;
y al furioso arrendajo
que en su nido se expande,
prendida al pico la inicial del grano.
En los altos maderos, a la orilla del viernes,
es corona de una sola espina
el cristofué creyente;
y en su alcoba de jóvenes rocíos
ya es dama solitaria la soisola.
y el tordito visitador persigue las doncellas
para besarles las manos de iluminado alpiste.
La tórtola lejana vive en los trigales,
y el chirulí provinciano va invadiendo
los aleros con sol de este poema.
Yo corono mi canto con vosotras, saludadoras golondrinas,
que tornáis de mi Patria en vuestra parda saeta.
¿Cuál dulce memoria arrancáis a su cabeza?
¿Qué alegría joven;
quê prenda triste me traéis de ella?
Pero torno al bosquecillo de orquestales sonidos
y firmo con la voz del gonzalito,
gota de canto, diminuta cuerda,
punto final de la familia.
¡Os entrego pues a los aires, anunciadores del alba,
y con mi mano pecadora
que ayer acaricio los frutos caminantes,
repaso vuestros ardientes plumajes
y pulso esas cuerdas que os hermanan
con los cielos cantantes!
(Del poemario Materia de eternidad. Roma, 1956. p.p. 41-43)
Sorprenderá siempre la poesía de Juan Beroes, por su densidad espiritual y su belleza como norte firme del texto; por su riqueza vivencial fluida al través del tejido de las palabras exaltadas en la propiedad de una elocución robustamente hermosa; por su lírica construida en el religioso silencio de su jardín interior resguardada de toda concesión mezquina con daño para el arte y también para el alma.
Exigente en la escritura, en la amistad, en el silencio y autentico amor por su País y sus hombres, en la calidad y en el rigor creativo. Por todo ello dejo para solaz de los buenos lectores más de una docena de poemarios inmortales, con los cuales su sombra y su mito cruzaran con su impecable dignidad y soledad de siempre, de la mano de la belleza y el sentimiento, por las veredas de la eternidad.
(Del libro Paseo por el bosque de la palabra encantada. Mérida, ULA, 1977. p. 35).
Lubio Cardozo, ecopoeta venezolano
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