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La disposición del ánimo poético
correspondiente al hombre naturalmente sabio, noble, quien admirado ante la
belleza del mundo de su entorno o del lejano –cielo, estrellas, mares,
montañas, los días, las ciudades, así hasta el infinito- desea atraparla en la
red de las palabras dispuestas en diáfana logicidad, más sin excluir el ludismo
contextual, el ínsito juego del ingenio creativo en la literatura (la sutileza
de urdir con fulgencia, con gallardía las formas estructurantes del poema lírico)
cual un obsequio tanta a sí mismo cual a los otros.
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MOLINO
Hilandero de vida
en la rueca del viento.
Galán de las espigas
del maduro trigal.
Gira el molino, gira
como si fuera el corazón del
cerro.
La aurora –al visitarle-
con brisa y aire
tejer un juego de blondas.
La aurora –al despedirse-
le deja entre los brazos la
mañana.
Gira el molino, gira
como si fuera el corazón del
cerro.
Molino –Cristo campesino
crucificado en rachas
aulladas por los zorros-
a tu amparo, tres ranchos se
arrodillan
y te bendicen
con las palabras largas
y grises del fogón,
en la rueca del viento.
Galán de las espigas
del maduro trigal.
Poema de Juan Antonio Patrizi (Mérida, 1911- Caracas, 1950), tomado de su libro Riscos (Mérida, 2003. p. 23).
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“Revoloteaban sobre su cabeza
infinitos los pájaros,
los peces fuera del agua azul
al son de sus bellas odas
saltaban”.
Simónides de Keos (556 – 467 a. C.) ORFEO
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Asiste esta segunda parte de la exposición el poema XI de
Juan Beroes de su libro Prisión
terrena (Caracas, Suma, 1946).
Grave tristeza mía
al fin aprisionada.
Prisionero en tu pecho
¡Oh, tierra desolada
mi corazón te canta!
¡Tierra del corazón, madre
del sueño!
Brazos, al fin, abiertos
como la fresca boca
que a tu seno me lleva;
¡huesos que te devuelvo,
polvo que te reintegro!
Tierra fresca y obscura
¡pascua del corazón, madre
del duelo!
Seca raíz de amor a mi
arrancada
por mi dolor levante
y en ti, feliz, se asome,
divague con los lirios
se mueva en los trigales.
Tierra del corazón:
¡sábeme tan pequeño!
Raíz del mi morir de mi
nacida
torne al seno del árbol
castigado,
árbol solo y de muerte,
ciprés crucificado
en tus altas colinas, dura
tierra!
Enséñame tus brazos,
brazos para dormir, ¡pequeña
dicha!
dicha como el morir ¡breve y
pequeña!
Grave tristeza mía,
tristeza que no vive, ¡ay!
tierra airada
sin tu sordo rumor
innumerable.
¡Oh, tierra clamorosa que denuncias
el florecido instante de los
besos,
el paso de los hombres,
la sedienta colina en la que
el sueño
derrama su inocente
primavera!
¡Oh, silvestre corteza de los
años
sin huellas de mi paso por tu
arena!
¡Tierra del fallecer, madre
del sueño!
¡Por mi joven dolor
crucificado
este hueso de amor, al fin,
te canta!
Pero
¿proviene de dónde ese singular lenguaje de los poetas órficos? ¿Ese “éxtasis
divino” (Sócrates), esas resonancias reminiscentes con las cuales ellos dicen
interpretar las señales de las múltiples manifestaciones de la Madre Gea?
“Porque soy dura roca que se
parte en los mares
y ardorosa ventisca que
golpea las ventanas”.
¿Ese
desorden expresivo, alógico, identificado con el fluir de los misterios de la
vida espiritual, de lo sacratus? Sencillamente
del principio central del pensamiento órfico, el soma sema ( ): “El cuerpo es el sepulcro del alma”.
“Es la hora del alma entre
sus muros,
¡quieta noche del sueño!”
Juan Beroes, III.
(…)
“¡Mírame, al fin , oh tierra:
sábeme vivo fruto
de tu férrea prisión indiferente!
En tu polvo me asomo
y mi aliento disipas.
¡Y en ti doblo mi tallo
pasajero,
pues, ciega, me desnudas,
y entraña de ti misma, me consumes!”
Juan Beroes, XIV.
Es,
pues, el cuerpo para los órficos el sepulcro del alma. Significa cuerpo, lo
corporal, el vocablo griego soma
(Σώμα) cuyo paradigma el cuerpo del
humanus lo representa, Sema (Σέμα) en la lengua de los helenos, en su
sentido originario, traduce: “señal del cielo”, indicio del espíritu, portento,
presagio, sepultura. Pues bien, las voces de los poetas órficos de lo más
recóndito de ese “sepulcro del alma” salen, arrastran ellas en su salida hacia
las odas contenidos presagiales de esencia divina, palabras hechas de íntimos
misterios, pálpitos, presentimientos, signos reveladores del ser del espíritu.
(…)
“¡Que el hombre prisionero
levante su clamor enfurecido
sobre esta arcilla triste,
sobre esta sangre mía
sustento de animales
y pasto de criaturas!”
Juan Beroes, V.
Pertenecen
a lo órfico cual verdades presenciales extasiantes, lo obscuro, lo sombrío, lo tenebroso, lo
nocturnal, las tinieblas, la noche, el sueño. Constituye el sueño, dentro de
esta singular percepción de la lírica, el ser del vivir del humanus.
“Oh, sueños desnúdame en tus
brazos multiformes
bajo esta abierta noche
construida de mis ojos,
y elévame a tu llama, viva llama en
silencio, ¡quemadora tristeza reclinada en los mundos!”
Juan Beroes, I.
(…)
“Y dormido pregunto por el
árbol del sueño,
-árbol de la existencia por
mitades alzado-
raíz que a todo me ata y
obscura me despoja
de un cuerpo que era mío y ya
habita en lo creado!”
Juan Beroes, XIX.
(Corresponden los apoyo en versos al opúsculo de Juan Beroes, Prisión terrena.
Caracas, Suma, 1946).
Por Lubio Cardozo, poeta ambientalista venezolano
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