En el corazón de la nevada mortal, donde la oscuridad había caído como un sudario sobre las ciudades del mundo, solo unos pocos resistían. El Eternauta, figura errante en un paisaje blanco y silencioso, no solo era testigo de la catástrofe, sino portador de una semilla improbable: la esperanza solarista.
En la versión alternativa de los hechos que nunca contó la serie de Netflix —quizá porque aún pertenece al futuro por escribir— hubo una comunidad, oculta en las montañas del sur, que sobrevivió no por armas ni búnkeres subterráneos, sino por haber abrazado, antes que nadie, la energía del Sol.
Eran llamados los Solarianos, y su refugio era una antigua estación astronómica transformada en ciudad solar. A diferencia del resto del planeta, que dependía de combustibles fósiles colapsados o sistemas eléctricos fallidos, ellos vivían alimentados por paneles solares bifaciales que captaban hasta el reflejo de la nevada mortal. Tenían techos vivos, cubiertos de microalgas fotovoltaicas, y mochilas solares portátiles que les permitían moverse sin ser absorbidos por la desesperación.
Fue hacia ese enclave que el Eternauta se dirigió. Con el rostro cubierto por su escafandra de resistencia, guiado por el rumor de un pueblo que aún encendía luces con dignidad, atravesó las ruinas de Buenos Aires, los glaciares crepitantes y los campos de ceniza, hasta llegar a la cúpula solarista.
Allí lo recibieron no con miedo, sino con luz. Era una comunidad que había creado su propia aurora artificial, emulando el Sol en su interior, y que estudiaba cómo sembrar la Tierra con nuevas tecnologías solares regenerativas. Sabían que el futuro no podía depender de armas ni de exilio interplanetario. Su plan era otro: reconectar a la humanidad con su estrella madre, reconstruir la civilización desde la energía limpia, distribuida y consciente.
El Eternauta comprendió que su viaje no era sólo a través del tiempo o del espacio, sino hacia una nueva mentalidad. En aquel lugar descubrió que sobrevivir no es suficiente. La verdadera victoria es vivir en armonía con la fuente que siempre ha estado allí: el Sol.
Y así, en una última escena no filmada pero sentida, el Eternauta extiende su mano hacia la cúpula y dice:
—El próximo salto no será hacia otra dimensión, sino hacia una nueva forma de ser humanos: solaristas, por fin.
Lubio Lenin Cardozo
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