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domingo, 25 de mayo de 2025

La batalla de las arenas vivas. Y como GEC-Arenus protegió los nidos de las tortugas marinas de los piratas chinos y vitnamitas. Capítulo Especial

Las lunas del Caribe brillaban con intensidad ese amanecer. El oleaje traía señales extrañas, y los pelícanos volaban bajo. En la aldea costera de Choroní, los pescadores y ambientalistas olfateaban el peligro.

Barcos piratas chinos y vietnamitas, cargados de redes ilegales, arpón eléctrico y codicia, se acercaban a las costas venezolanas. 

No buscaban perlas ni oro, sino algo aún más sagrado:

los nidos de tortugas marinas, depositados con amor milenario en las playas de Macuro, Cuyagua y Chuao.

Alarmados, los guardianes del mar lanzaron el llamado ancestral.


En silencio y con urgencia, preguntaron al viento por GEC-Arenus, el protector de las costas y defensor de las tortugas marinas


Nadie lo vio llegar, pero pronto estuvo entre ellos, emergiendo desde un arrecife oculto. Su traje de superhéroe azul mar brillaba con reflejos de escama viva. Sus ojos centelleaban con decisión solar.

—¡Ni un huevo tortuguero será saqueado bajo mi guardia! —proclamó, mientras alzaba su arpón de luz marina.

Los piratas de la muerte, al percibir resistencia, intentaron tomar tierra con violencia. Armados con rifles y anzuelos envenenados, avanzaron. Pero GEC-Arenus no estaba solo. Desde los manglares surgieron las Brigadas Ambientalistas, pescadores armados de conciencia, redes de defensa y amor por la vida.

La batalla fue feroz. Las olas rugían como aliadas. Rayos de coral y espuma irradiada salían del arpón del guardián. Las tortugas, como si supieran, se alejaban hacia mar abierto.


Los invasores, sorprendidos por una resistencia tan organizada y valiente, retrocedieron.


Huyeron hacia las aguas turbias de la Guyana Inglesa, no sin antes dejar una amenaza flotando en su estela: “volveremos”.


Esa noche, hubo fiesta en la costa. No una fiesta de olvido, sino de celebración por la vida defendida. El fuego se encendió no con leña, sino con cantos. Las mujeres tejieron coronas de algas para GEC-Arenus, y los niños marcaron los nidos salvados con círculos de luz solar.

Antes de desaparecer otra vez entre los arrecifes, GEC-Arenus habló:



—El mal nunca se rinde. Pero nosotros tampoco. 
El mar es vida. 
Y mientras respiremos, las protegeremos.

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