En el lado oscuro de la historia solarista, surge una criatura que no nació del Sol, sino del residuo humano más profundo. Su nombre es Garbagman, el Hombre Basura.
Antiguamente fue conocido como Max Ferro, un delincuente temido en una megápolis latinoamericana.
Su legado era de caos, crimen y destrucción. Pero en algún momento, Max intentó regenerarse… demasiado tarde. Las víctimas no perdonaron. Lo cazaron. Lo ajusticiaron. Y su cuerpo moribundo fue arrojado a un vertedero maldito, en el corazón de una laguna de Lexiliathis, sustancias tóxicas vivas abandonadas por los antiguos neomarcianos.
Una tormenta eterna se desató esa noche. Un rayo —como enviado por la sombra del universo— impactó las aguas, y el Lexiliathis, en su hambre energética, absorbió a Max Ferro y lo devolvió al mundo… pero ya no era humano. Era odio, residuos, veneno, restos de humanidad encapsulados en un cuerpo de podredumbre y plástico fundido.
Había nacido Garbagman.
A medida que caminaba por los basureros del mundo, su cuerpo se alimentaba de desechos, creciendo, mutando, aprendiendo a controlar la toxicidad, a absorber químicos, a manipular contaminación. Se convirtió en un ente casi inmortal, mezcla de tecnología obsoleta, basura industrial y furia reciclada.
Tiempo después, fue encontrado por el mismísimo Capitán Carbón, que vio en Garbagman un aliado ideal para su cruzada contra la Tierra regenerada por Solian y los Solarianos. Lucharon juntos. Fueron derrotados juntos.
Y antes de huir a Marte, el Capitán Carbón encerró a Garbagman en una cápsula de contención de metales fósiles y lo llevó consigo.
Ahora, siglos después, desde su trono marciano, el Capitán Carbón presiente que la resistencia solarista ha crecido demasiado. El equilibrio se rompe. Y decide liberar la cápsula…
Garbagman está por despertar.
El hedor del pasado amenaza con devorar el futuro.
El planeta volverá a ensuciarse.
A menos que Solian lo impida.
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